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martes, 8 de mayo de 2012

CARTAS DEL FORUM III - Nº 6

 “¿Dónde están, aquí, la justeza y la justicia? ¿Quién las mide, quién las pronuncia?
Todo me llegará de otra parte y desde afuera en esta historia, así como mi corazón,
mi cuerpo, me llegaron de otra parte, son otra parte "en" mí"
Jean-Luc Nancy El intruso

Vagando por la Nube: El agobio como condición * 

Por José Ángel Rodríguez Ribas 

Frente a otras consideraciones formuladas en distintos lugares, pienso que no se trata, solamente, del ascenso de la ciencia la que domina el panorama de la subjetividad contemporánea.

La preeminencia del neuroconductismo como matriz de las relaciones humanas reducidas a una mera etología instintual, parecería anunciar la emergencia de un nuevo sentido como paradigma dominante: el que indaga una materialidad fisiológica con que amalgamar las diversas esferas humanas.

 Esta fascinación por la tecnociencia podría leerse, entonces, como una nueva versión de la Modernidad: allá donde la postmodernidad quiso denunciar la caída de los grandes relatos, el pensamiento débil, la provisionalidad de todo ideal emancipatorio y de los ejes históricos que vertebran cualquier proyecto (ya denunciado por el pensamiento de la sospecha de Nietzshe, Marx y Freud); que si bien nunca llegó a la consumación hegeliana, al menos, sí que daba cuenta de una lógica simbólica como regulación de la emergencia pulsional.

Por el contrario, lo que se nos ha revelado como un verdadero acontecimiento ontológico, es la servidumbre hipermoderna, al límite de lo sacrificial, frente a aquellos modelos que prometen una causalidad proporcional, a partir de una posibilidad-Toda. Todo sería posible porque todo es calculable: basta con encontrar la fórmula. Razón tecnoteoestética que, paratodeando, al decir lacaniano, ha ido imponiéndose de manera indefectible, sin posibilidad de alegación alguna.

En este nuevo giro de tuerca monoteístico el ser-para-la-muerte, como ente, asiste anonadado a la expropiación de su falta-en-ser por la falta-en-tener. Al punto que en su cita con lo real responde con su versión de número, allá donde la letra de los afectos –más humilde- no cejaba en su labor de inscribir el significante en el cuerpo. Sentir sus efectos solo ha sido cuestión de tiempo: declive de la auctóritas, promoción del cuerpo y los partenaires, borramiento de toda differencia, estallido de los vínculos, entronización de la mercancía, la globalización de la desinserción, desaparición de la memoria, sustitución de la ética por la moral o sustitución de la verdad por el consenso.  Lo demás: o arte o filosofía. Y ya, ni por esas.

Ser víctimas del funesto rapto por la cifra tecnocrática, no ha venido acompañado sin ciertas “mitologías” maquínicas -como la pantalla, el implante, la receta o la bata blanca- al precio de convertir el odio o la ignorancia en sus afectos cotidianos. Como en una mala comedia, la envidia o el resentimiento especulares empañan el espectro político, cuando todo el mundo parece saber que apenas nada puede hacerse pues solo, unos, muy pocos, dueños del capital, están en disposición de tomar decisiones – a menudo con consecuencias catastróficas (1)-. En consecuencia, ningún discurso resulta ya creíble: solo aquel que apunte a señalar errores contables en los itinerarios vitales hacia una hipnótica plenitud o felicidad solipsista.

Llegados a esta situación, la complejidad de una razón “mediata” (contingente, paradojal e imposible) resulta casi inconcebible, al tiempo que la consistencia esencialista -tautológica  e inmanente, que desconoce la imposibilidad- gana por goleada a la existencia o insistencia de la división subjetiva.
Es así como la debilidad, la repetición y el aburrimiento (E. Vila-Matas, Babelia: 10/3/12) son convocados de ordinario para restituir la fisura por la que la condición humana, dividida y olvidante, daba cuenta de su misterio -en lo siniestro o la angustia- traduciendo una huella que significaba el advenir. Perdidos en el rizoma, expropiados de toda palabra de nominación sintomática, al sujeto no le queda otra que mostrar la etiqueta de su trastorno identificador. Lo que explicaría, por otra parte, que, más que nunca, lo humano mismo termine siendo francamente insoportable para los propios humanos.

En esta fatalidad autoaniquiladora, el registro y la negociación del flujo de goces se escuchan como un deber superyoico de consumo, en el que la especulación borró la suposición: ya no se trata pues, de una lógica de lo parcial y limitado sino más bien, de lo inconmensurable, del fragmento devenido espectro, simulacro autorreferencial o pathos puesto en acto (epítome lacaniana del Kant con Sade).
Desde luego que el agobio contemporáneo ya no goza de la noble tradición que antaño se le atribuía en el marco del síntoma o la angustia (RAE). Mezcla de ansiedad, decepción, desposesión, aburrimiento, desinserción, de precariedad, apremio o descreimiento; cual laminilla viscosa, la desazón torna común aquello que siempre nos hizo únicos e irrepetibles: el goce particular, devenido ahora en miseria común.

¿Qué heteronomía, que acto de antagonismo pegarán un corte, una suspensión, a la logística (Heidegger)?, ¿que acontecimiento de tiempo, presencia o palabra, traerá un discurso que haga vínculo en la época en que el horror, no es de lo Uno: es el Otro?.

 “Yo solo quiero un trabajo, y punto” clama en el desierto un caballero inmigrante de mediana edad después del abandono de su mujer, que le dejó al cargo de los hijos, con nefastos efectos subjetivos.
Sin embargo este camino, boca a boca, que pasa por reinventar la dignidad del respeto y la responsabilidad del sujeto, cada vez encuentra más amigos.
Todo un programa. Nos vemos en el Forum.
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* El cuerpo sin órganos. Presentación de G. Deleuze. De José Luís Pardo (Ed. Pretextos. Valencia, 2011) a quien debemos su lúcida relectura deleuziana.
                                   
 (1) Véase el documental de la Sexta: “Yo pago, tú pagas” (a 8/4/2012).

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