Loading

lunes, 30 de mayo de 2011

BOLETIN ON-LINE nº 21




BOLETÍN ON-LINE 21
II FORO: LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA
 "Las Servidumbres Voluntarias"
Madrid, Sábado 11 de junio de 2011. Círculo de Bellas Artes

Muchas gracias por la colaboración de todos los colegas que han remitido las contribuciones que están haciendo posible A-Foro. A partir de este número cerramos la recepción de nuevos textos. La publicación de los números restantes está más que asegurada con el fondo de documentos que todavía no han sido publicados.

A-forismo

Paloma Blanco Díaz


Frente a las servidumbres voluntarias, un deseo decidido que toma como orientación la diferencia absoluta.
Estimado lector, confío en que el contenido de A-FORO te resulte atractivo y estimulante.
Si deseas suscribirte al boletín on-line A-FORO, puedes darte de alta en olga.monton.al@gmail.com
Igualmente quedas invitado a visitar nuestro blog: http://loqueevaluacionsilencia.blogspot.com/ y a hacerte amigo en Facebook de Servidumbres Voluntarias.
¡Buena lectura!

El sujeto perdido. Apuntes para distinguir en la nebulosa contemporánea


Gustavo Dessal

¿Por qué triunfan los sistemas totalitarios? ¿Por qué los seres humanos se someten a sistemas políticos que los esclavizan? ¿A qué obedece esta pasividad que puede alcanzar los límites de la humillación colectiva, y el sufrimiento de casi todos? No es solo un problema de filosofía política, sino también un enigma de la subjetividad. Ya en el siglo XVI, un joven jurista francés llamado Étienne de la Boétie escribió un tratado que tituló “Discurso sobre las servidumbres voluntarias”, donde planteó este mismo interrogante: ¿cómo se explica la existencia del tirano? Sin duda, cualquier respuesta basada en la idea de la coacción física es insuficiente. Nietzsche llevó la cuestión al extremo de considerar que la servidumbre es siempre voluntaria.
La historia es testigo constante y veraz de que, bajo determinadas circunstancias, los hombres consiguen superar el supuesto temor que los mantenía en el sometimiento. Los pueblos se revuelven, se enfrentan a la dominación, a veces casi sin armas y sin recursos, tan solo animado por el deseo de liberarse del mismo yugo que a menudo toleraron durante años, incluso décadas. Aquél que presumiblemente se sometía por miedo físico, no dudará en salir a cuerpo descubierto y enfrentarse a las balas. En estos últimos meses lo hemos comprobado una vez más en los países árabes, donde los ciudadanos se contagian unos a otros del deseo de acabar con los regímenes que los aplastan.
El mes que viene, en la ciudad de Madrid, nuestra Escuela Lacaniana de Psicoanálisis organizará un foro público sobre este tema. ¿Cómo es posible que hayamos llegado a la situación que hoy nos afecta, a la destrucción de las formas dignas del trabajo, al sometimiento ante modos de explotación que se introducen en todos los aspectos de la vida humana? Es preciso advertir que el concepto clásico de explotación denunciado por Marx en el siglo XIX ha evolucionado hacia versiones actuales mucho más sofisticadas. Somos explotados de forma cotidiana y de maneras sutiles, estafados por la publicidad, los medios de comunicación, las empresas, el latrocinio de los bancos y las mentiras de los políticos, las instituciones y los administradores del poder. Somos explotados por la mediocridad de la televisión y la obscenidad de los personajes que asumen la nueva dirección espiritual de la conciencia colectiva. Belén Esteban es la figura moderna del oráculo, la que habla con la voz de la verdad, la que interpreta el sentir del pueblo. Vivimos, como lo argumentó el filósofo francés Lipotewski, en la “era del vacío”, la era donde las ideologías ya no representan la vivencia que los sujetos tienen de la realidad, y no hay nada más propicio que el vacío para facilitar el surgimiento de innumerables servidumbres, tantas como amos estén dispuestos a satisfacerlas. La salvación, el rescate, ya no se espera de las acciones políticas, sino que se promueve como voluntad individual: que cada uno funde su propio relato, se asuma como artífice de su destino, se convierta en el promotor de sí mismo,  busque  la salida en sus posibilidades personales y abandone toda confianza y expectativa en las respuestas sociales y colectivas.
El reverso de esta “era del vacío” es la plenitud, la creencia neoliberal en la multiplicación infinita del producto. Es la plenitud aportada por superabundancia de las cosas, un exceso que se permite incluso ser compatible con la pobreza: en aquellos lugares donde falta de todo, pueden sobrar las armas, las drogas, los teléfonos móviles.
El sujeto se mueve entre el vacío y la plenitud, sin advertir que son equivalentes. La plenitud es, en definitiva, la revelación del vacío en la época contemporánea.
En mi novela “Principio de Incertidumbre” fabriqué una historia donde el sinsentido de la vida se convierte en la ley cotidiana. Es la metáfora de una época donde el vacío queda demasiado expuesto a la luz, demasiado visible, y la desprotección de los sujetos ya no encuentra el reparo de ninguna creencia. No es que vivamos ahora en una incertidumbre mayor de la que subyace a la existencia desde siempre. Solo que en la actualidad se experimenta con una crudeza indisimulada, y al mismo tiempo ese sentimiento se convierte en el rehén de una nueva forma de explotación, una ideología que tras la disolución de las representaciones políticas tradicionales ha venido a llenar el vacío como una idea soberana y rectora universal: la seguridad. Paradoja de nuestra época, en la que la incertidumbre generalizada es manipulada mediante el concepto supremo de la seguridad. Volveremos a ello.
El capitalismo, frente a los anteriores y coexistentes experimentos políticos, ha sido señalado por distintos autores (cf. Nancy, Jean-Luc) como un sistema que se caracteriza por producir identidades débiles, o en términos del psicoanálisis, identificaciones no demasiado definidas. Por el contrario, los regímenes totalitarios, nacionalistas, tribales, tienen en común el hecho de propiciar identificaciones fuertes, monolíticas, que aseguran por un lado la cohesión social, y que por otro facilitan el dominio de la masa. En la incertidumbre y la falta de fundamento ontológico que caracteriza al ser humano, la tiranía   encuentra un terreno favorable donde germinar. El tirano, el dictador, incluso su moderna versión berlusconiana, son figuras que cautivan por la solidez con la que transmiten una épica, elevan una promesa, y trazan un camino de salvación. Berlusconi es el héroe moderno, un Calígula pasado por el quirófano de la cirugía estética al que la mayoría de los italianos quisiera parecerse. No disimula ninguna de sus perversiones, se burla de las leyes, se erige en amo de sí mismo y de todos, y ello gracias a su extraordinaria habilidad para fabricar historias, cuentos que gustan a la gente, porque conmueven los arquetipos colectivos con los que las sociedades tejen sus sueños. Frente a un mundo donde todo se desdibuja, donde los bordes de la realidad se vuelven neblinosos, Berlusconi representa la virtud de lo claro, lo preciso y lo carente de toda ambigüedad. Defiende los valores más reaccionarios, pero que poseen la ventaja de proporcionar referentes tangibles en una época en donde la vida se descompone hasta el infinito en el infinito deslizamiento de la redes sociales. Vuelven los amos, los tiranos, los reyezuelos. Ya no es necesaria ninguna revolución especial para imponerlos. Vuelve Sarah Palin y su Tea Party para devolver a los americanos sus valores perdidos, a rescatar a los sujetos de las incongruencias de una economía que obra como disolvente de toda moral.
El movimiento es doble: por una parte, la economía globalizada y depredadora genera un flujo de poder ingobernable, que tritura cualquier ideología y amenaza con llevar al descrédito irreversible la débil confianza que los ciudadanos tienen en la acción política. La precariedad ontológica pretende disimularse con la sobreabundancia de bienes de consumo, y el sujeto experimenta una soledad y una desorientación que lo retrae hacia el interior de su pequeña isla, volviéndose progresivamente inhabilitado para dar una respuesta colectiva al saqueo del que es objeto. Por otra parte, como las aves carroñeras que esperan el signo de la muerte para abalanzarse sobre su presa, las “personalidades” hacen su entrada en el discurso público al percibir el apetito de sentido que los pueblos dejan notar. Nada más sencillo que aprovechar una condición estructural del ser humano, que necesita por todos los medios el alimento de los sueños, y que está siempre dispuesto a atribuir a su semejante aquella desdicha cuya verdadera explicación exige una mirada más larga y comprometida. El inquietante aumento de la ultraderecha populista en Europa se alimenta de la debilidad mental contemporánea, provocada a su vez por la desvitalización de lo político, que languidece bajo el efecto mortificador del capital.
Algunas matizaciones.
La progresiva disminución de una narratividad que vertebre la andadura vital de las sociedades modernas contemporáneas produce asimismo una serie de fenómenos paradójicos y sintomáticos que merecen tomarse en cuenta positivamente. En primer lugar, no puede negarse que la potenciación cada vez mayor del individualismo, con su consecuente desafectivización e insensibilidad para la realidad social, se ve notablemente compensado por el hecho de que nunca antes en la historia hemos experimentado una conciencia tan elevada de las penurias que atormentan a los seres humanos y de la necesidad de ejercer una acción que trascienda la preocupación local, una suerte de globalización de la moral solidaria que gracias a las nuevas tecnologías ha alcanzado una eficacia inédita. Internet no sólo es el instrumento mediante el cual se realizan infames operaciones financieras que condenan a la miseria a millones de personas, como ha quedado demostrado en esta última y mal denominada “crisis” de 2008 (recomiendo para ello la película Inside Job, un excelente documento fílmico realizado por Charles Ferguson), sino también el que permite poner en marcha fabulosas campañas de opinión pública con las que en muchas ocasiones se consigue detener, o al menos demorar, otras tantas infamias.
La ecología, aunque en algunas ocasiones amenace con convertirse en una alternativa al discurso religioso, supone también una fuerza social importante, no solo por su objetivo directo, sino por ser un discurso que se legitima en la defensa de una eticidad tributaria del pensamiento filosófico, en una época en la que las leyes del mercado obran mecánicamente, como fuerzas amorales de la naturaleza, produciendo  una nueva forma de alienación, aquella que priva a los sujetos de toda posibilidad de articular la relación causal entre la degradación de sus condiciones de vida y las conductas que adoptan con el supuesto propósito de mejorarlas.
Frente al descrédito de lo político (invoco aquí el célebre “Que se vayan todos”, sentencia que animó la respuesta espontánea de la población argentina ante la traición de sus dirigentes en 2001) y la progresiva retirada de los mecanismos estatales de rescate social, la ciudadanía se organiza de manera fragmentaria, alrededor de rasgos que permiten la formación de colectivos de autogestión, protección recíproca y búsqueda de reconocimiento. La descomposición de las ideologías tradicionales ha abierto la posibilidad de nuevas formas de existencia, ha multiplicado en muchos casos las fórmulas identitarias, permitiendo que los seres humanos no solo se agrupen en torno a los ideales normativos como antaño, sino también en función de sus síntomas, es decir, de aquellas particularidades que se alejan del modelo universal. Ya se trate de particularidades de la vida sexual, de la salud física o mental, lo cierto es que el mundo conoce en la actualidad un crecimiento exponencial de mecanismos grupales destinados a aliviar la soledad y la exclusión. A título de curioso ejemplo, tenemos las numerosas asociaciones de “escuchadores de voces”, multiplicadas en varios países, y surgida de la creada en 1988 por el psiquiatra Marius Romme. Una extraordinaria iniciativa, que permite a miles de personas constituir un lazo social en torno a un fenómeno psicótico como el de las alucinaciones verbales. En síntesis: el crepúsculo ideológico de la posmodernidad también es colateralmente responsable de efectos saludables, que atenúan el dramatismo de aquellos otros que nos empujan hacia la tristeza moral.
La seducción de la ignorancia
Quienes han reflexionado en profundidad sobre el poder y la violencia, como es el caso de Hanna Arendt, han comprendido que ambos términos se oponen. El poder no se mantiene mediante la violencia, sino por la legitimidad que se le otorga, aunque sea despótico. El poder solo se vale de la violencia cuando se siente amenazado, es decir, cuando comienza a faltar. Por lo tanto, si el poder puede ejercer una dominación es porque aprovecha la circunstancia de que las masas se ven conducidas y arrastradas en su voluntad por la fascinación de una idea. Esa idea puede ser política o religiosa, pero en la actualidad, donde esa clase de referencias ha perdido su prestigio, puede ser sustituida por otra clase de adhesiones. Se puede inducir el valor de una marca, de un objeto, de un programa de televisión. Cualquier cosa puede transformarse en un anzuelo que el sujeto, perdido en un mundo sin deseo, muerde con el propósito de llenar su vacío y disimular ante sí mismo su propia desorientación. Si existe un goce en el ejercicio del poder, también lo hay en dejarse esclavizar, en someterse al dictado de una doctrina, de una moda, de un objeto de culto, o de cualquier otra representación a la que le conferimos el poder de conducirnos. No habría amo si no hubiese esclavo dispuesto a dejarse someter, ahorrándose así el enfrentamiento con su propio deseo.
Somos rehenes de un estado que a su vez es prisionero de la dictadura globalizada y supranacional. En la medida en que ha perdido su papel tradicional, el estado solo puede seguir justificando su existencia en el fantasma de la seguridad y sus amenazas. De allí la escritura de un nuevo Evangelio, predicado desde todos los medios de comunicación, que consiste en la fabricación calculada del mito de la seguridad. Vivimos en estado de alerta, y la política por un lado se ha convertido en instrumento de ejecución de los intereses privados, y por otro ofrece sus servicios como vigilante jurado a una población intoxicada por el valor supremo de la seguridad y la multiplicidad de los riesgos que la ponen en cuestión. La política, para emplear las famosas palabras de Borges, es una estrategia destinada a manipular con destreza “el terror y la esperanza”.
¿Dónde está el sujeto? ¿Cómo concebirlo en la actualidad? Para Hegel, el sujeto de la historia fue el esclavo. Para Marx, el proletario. Para Freud, el neurótico. Cada uno de ellos tuvo su particular visión de cómo concebir la emancipación. Para Hegel, producto directo de la Ilustración, la emancipación se obtendría a partir del saber. Para Marx, mediante la revolución, y para Freud a través de la experiencia del inconsciente. Agotadas las ilusiones del saber, y confrontados ante el fracaso de las revoluciones, ¿cómo situar en esta nueva época el papel histórico del sujeto? ¿Puede el psicoanálisis aportar algo a esta reflexión, que sin duda requiere el concurso simultáneo de diversas contribuciones del pensamiento?
Para el psicoanálisis, hay una conclusión rotunda ante la cual no cabe desentenderse: ningún proyecto social podrá redimirnos si no contempla las condiciones para producir una subversión del sujeto. Indignaos, de Stéphane Hessel, y Reacciona, la versión española promovida por José Luis Sampedro, son dos loables propósitos para general una reflexión política inédita, desalineada del pensamiento partidista tradicional.
El psicoanálisis puede añadir a ello el hecho de que su comprensión de los mecanismos psíquicos permite alcanzar una visión profunda de los métodos y  señuelos que favorecen la entrega al conformismo reinante. Los autores de estos volúmenes se preguntan cómo es posible que la sociedad actual soporte con esta aparente resignación el expolio de los bancos y corporaciones, la desvergüenza de políticos y funcionarios de estado, la pérdida de las condiciones dignas de vida y trabajo. En sus ensayos, los intelectuales se dirigen a un sujeto adormecido, anestesiado, debilitado en su juicio y en su pensamiento, y procuran sacudirlo, despertarlo de su patética hipnosis, de su perpetua distracción en el mundo de las cosas infinitas. El mundo de las cosas infinitas, creado por la racionalidad técnica e industrial, es paradójicamente la reedición de la creencia en lo mágico. El colmo de la sofisticación tecnológica ha traído consigo el retroceso a una mentalidad ingenua y precientífica, donde los objetos están habitados por espíritus, son seres animados que hablan, que poseen alma, aunque su vida sea más efímera que la de las mariposas: solo se fabrican para sustituirse unos a otros, a una velocidad que debe aumentar constantemente para sostener el sueño del crecimiento continuo y colmar el apetito cada vez más voraz del sujeto contemporáneo, convencido de que el progreso es la confluencia de la plenitud y la inmortalidad. La consecuencia del mundo de las cosas infinitas es una vida sin deseo, puesto que el deseo es un temporizador de la satisfacción, introduce una distancia con el objeto, traza el perímetro de su ausencia y traduce en nosotros el sentimiento de su falta. Por el contrario, en el mundo de las cosas infinitas no se concibe lo imposible, y la satisfacción se demanda y se exige de manera inmediata, descartándose todo aquello que suponga un rodeo, una mínima demora, o un esfuerzo de saber.
Aunque la teoría marxista de la alienación conserva aún su vigencia, lo cierto es que Marx no podía anticipar la transformación de la economía de mercado en una economía de consumo. Su extraordinaria visión del fetichismo de la mercancía constituye sin duda un análisis no solamente social, sino profundamente clínico sobre el valor simbólico que alcanzan los objetos de la producción. Max Weber señaló que la ciencia moderna había producido un “desencantamiento del mundo”, en el sentido de que el hombre ha dejado de creer en las fuerzas mágicas de la naturaleza. Sin embargo, lo mágico retorna en la creencia que el sujeto moderno tiene en las cosas de la técnica. La nueva forma de alienación es el saber que se le supone a los objetos. Las cosas “saben”, “piensan”, son “inteligentes”, están dotadas de un saber que no poseemos, y nos entregamos a su potencia, nos confiamos a ellas, y esperamos que su saber nos exima del nuestro.
Tal vez la pregunta por la sumisión y la indiferencia ciudadana a los atropellos de la globalización merezca una respuesta que pueda ir más allá de la explicación fácil. La servidumbre es gozosa, y la única reacción es hasta ahora esa forma pervertida de la rebelión que consiste en asumir la posición victimista. Richard Morgan ha puesto de relieve lo que denomina “la industria de los derechos”, destinada a fomentar la maquinaria de la victimización, esa “forma fraudulenta del privilegio”, según las palabras irónicas de Pascal Bruckner. La víctima es la contracara del sujeto narcotizado en el goce de la ignorancia, infantilizado en esa realidad poblada de música, de imágenes, de colores, que lo acompaña y lo envuelve en todas partes: en el trabajo y en el ocio, en la vida pública y en la intimidad. Todos somos niños abusados, una figura que poco a poco se convierte en una de las representaciones favoritas, y en la que se escamotea la satisfacción perversa que de ello se obtiene. Nuevamente en palabras de Pascal Bruckner: “Esta gregariedad es feliz y voluntaria: hay una real voluptuosidad de hacer bulto, de formar masa con los demás. Acurrucado en su sociedad cuna, el hombre occidental se dota de una caparazón que le protege de sus propias invenciones. Por ese motivo el consumismo carece de vocación civilizadora; su única virtud, pero ésta es inmensa, consiste en solazarnos, en ser un remedio contra las tensiones y la soledad. ¡Qué agradable es dejarse manipular, ser el juguete de estrategias comerciales diversas, qué descanso en esa entrega, qué dicha en esa pasividad!” (Bruckner, P. La tentación de la inocencia. Editorial Anagrama, Barcelona, 1996).
Una reflexión honesta y despojada del victimismo que contamina el pensamiento social, no puede dejar de contemplar esta “dicha de la pasividad” y reconocerla como un funesto pero eficaz ingrediente al servicio de la explotación y el mantenimiento de la gran cadena de la producción y el enriquecimiento ilimitado. Cada uno debe hacerse cargo de su propia dicha perversa, de su propia ignorancia, de su propia cobardía moral. No es suficiente con asumir una posición de denuncia. El mal no se agota en los agentes externos que nos atormentan. Existe también dentro de nosotros mismos, y se convierte en el mejor aliado de un sistema que se perpetúa con la complicidad de todos. Desde luego, no se trata de promover un discurso del ascetismo, de la renuncia a los bienes, ni de un retorno bucólico a la naturaleza, discurso que constituye una de las tantas diversiones que el capitalismo asume como perfectamente compatible con sus propósitos. De eso también puede hacerse una industria. Se trata más bien de despertar del vano narcisismo de la felicidad, de abjurar de los Punsets que nos la ofrecen a cucharadas, de emplear la técnica al servicio de la vida, y no al revés, de sobreponerse a la tentación del hedonismo perpetuo, a la impostura de la plenitud. Ese es el sentido ético de la cura, entendida no desde la perspectiva médica que procura devolvernos a la normalidad sino, por el contrario, como reencuentro con nuestra diferencia absoluta, con lo que se aparta de la norma, con lo que no hace masa ni totalidad, con lo que se sustrae a la inercia del discurso corriente, ese discurso que corre en dirección de la banalidad, de la estupidez, de la debilidad moral. Reencuentro con lo que nos hace excepcionales, sin que de ello se derive una excepción ni un privilegio, ni una justificación para rechazar toda deuda. Solo así, liberados del espejismo fabricado por la connivencia entre nuestros sueños infantiles y los profetas que anuncian su realización, estaremos en condiciones de abrir mejor los ojos al mundo que nos rodea, de leer entre las líneas de los mensajes que nos atraviesan, de no sucumbir a la tentación de buscar en una nueva y oscura autoridad salvadora la redención de los males que se precipitan cuando las noticias nos anuncian que la vida ha dejado de ser una fiesta.

ENTREVISTA
Andrés Rábago, El Roto: "Si no nos hacemos preguntas es porque hay demasiado ruido"

Andrés Rábago, El Roto, visto por la cámara de Aránzazu Mateo.
Aloia Álvarez Feáns
Martes 28 de abril de 2009, por Revista Pueblos
 Dos hombres anónimos en una ciudad cualquiera una tarde de tantas. Uno afirma ufano: "Me he insonorizado el despacho", a lo que el otro responde con cierta ironía: "Es poco eficaz, es mucho mejor insonorizarse la conciencia". No es un chiste, aunque despierte una sonrisa a medias; es sátira social. Su autor, un conocido dibujante, se deja mecer en su estudio madrileño por un silencio casi místico una mañana de marzo. No es un humorista gráfico, aunque a veces nos haga reír; es un pensador, un hombre que no está encantado de conocerse pero cuyo principal ejercicio es practicar el autoconocimiento. Cada palabra que escribe, cada trazo que dibuja, es una bofetada cariñosa a la conciencia del lector. Conversamos con Andrés Rábago, El Roto, filósofo de la cotidianeidad.
Teníamos la intención de entrevistar a El Roto y nos encontramos con que no viene solo. OPS, Jonás, Ubú... ¿Quién es quién?

 Para empezar, no es fácil decir quién es quién porque el núcleo que alimenta a todos ellos tampoco sé quién es. Esa indagación me está llevando toda la vida... En cualquier caso, cualquiera de ellos no es más que un lenguaje, un nivel de comunicación y de indagación sobre lo que yo considero real. Son también distintas fases de ese intento de comprensión y, a la vez, de comunicación de esos resultados.

¿Y Andrés Rábago?

 No es más que el amanuense, el que lleva a cabo la labor de plasmar desde el punto de vista plástico esas ideas que han ido sobreviviendo.

¿Qué necesidad viste de comunicarte a través de El Roto? ¿Cuándo nació este heterónimo y por qué?

Uno de los primeros fue OPS, que nació en la época del tardofranquismo, cuando me pareció muy interesante un tipo de lenguaje de indagación personal, de introspección y de apertura al contenido interior, a la zona de la psique más del terreno del inconsciente. Ese fue el campo de búsqueda de OPS. Cuando llegó la democracia este lenguaje se quedó un poco obsoleto, porque yo insistía en no utilizar palabras, sino sólo imágenes, que tenían un mayor contenido simbólico y eran más legibles en distintos estratos. Llegó un momento en que esto ya no era útil, porque el lector ya no tenía capacidad de interpretar, sino que quería que las cosas fuesen dichas más abiertamente. En ese momento apareció ese segundo heterónimo, El Roto, con un lenguaje más político, más abierto, y con la pretensión de indagar más en el terreno de lo social, lo externo, lo cotidiano.

De todos modos, hoy El Roto emplea las dos fórmulas, sigues usando el dibujo sin palabras.

 Me interesa mucho el dibujo, por lo tanto me interesa que el dibujo tenga una calidad plástica. Por eso, y también porque creo que el dibujo sin palabras es muy rico, una vez por semana utilizo el dibujo sin texto, sólo con un título. Quizás como ejercicio, y para mantener vivo un tipo de plástica que me interesa.

Rechazas el término de humor gráfico, para insistir en que lo que tú haces se enmarca
 en el terreno de la sátira política...

 No exactamente, yo prefiero llamarla social, porque se dirige al terreno de las ideas, lo político me interesa menos, en el sentido de que el lenguaje político en sí es un lenguaje muerto, no me interesa. El humor puede ser un componente de la sátira pero no es su núcleo esencial. El núcleo esencial de la sátira es poner de manifiesto aquello que consideras que son falsificaciones o mentiras, las formas en las que se presentan las cosas para ser más digeribles. Arrancar esa careta es justamente lo que hace la sátira.

Goya, Daumier y Grosz son algunos de los grandes referentes de este género. El régimen nazi decía de Grosz que era el "bolchevique cultural número uno". A ti el poder podría llamarte fácilmente "terrorista gráfico número uno"...

 No les des ideas...

¿Incomodar al poder? ¿Remover conciencias? ¿A quién se dirigen tus "bofetadas"?

El poder, de la misma manera que la política, no me interesa. Lo que me interesa es la conciencia, y creo que es a través de la conciencia de las personas a través de la que se puede llegar a modificar la realidad. Estoy bastante harto de los lenguajes revolucionarios que a lo único que llevan es a más destrucción. En cierto modo, todo tipo de sátira es moralista, se mueve dentro de la idea que tenemos de la moral. Las posibilidades de modificación o movilización de las conciencias es el terreno en el que se emplea la sátira; la búsqueda de esa conexión con esas zonas más próximas a lo vivo dentro del "otro". El intento de comunicar y de estar a su lado, el clarificar la comprensión de los lectores, esa es la función básica de toda comunicación, y la sátira en sí es un mecanismo más de la comunicación.

He leído en algún lugar que crees que no se puede aportar nada a la transformación social sin un paso previo de autoconocimiento...

 Creo que sí, que el autoconocimiento es la base de toda transformación. El autoconocimiento es el que puede transformar lo real, eso es algo en lo que creo.

Uno de los personajes de El Roto afirma: "Creía que el odio que sentía era mío hasta que descubrí que procedía de los auriculares". ¿Eres de los que escucha cada mañana a Jiménez Losantos para encenderse? ¿Qué te inspira?

 Bueno, yo soy un lector de prensa, los otros medios me parecen más de entretenimiento que de información. Existen muchas canales de información pero donde esté un buen periódico... Si existiese el periódico ideal, sería el que te da la información estructurada, porque sino lo que ocurre es el caos informativo que tenemos. Un buen periódico es el que te da una información estructurada para que después tú elijas lo que te parezca conveniente. Lo demás es una cacofonía, un ruido ambiental que no facilita la comprensión.

¿Crees que es posible la objetividad en la información? ¿Ese periódico ideal no podría ser el que dice de modo transparente "aquí me sitúo yo"?

 Hay que diferenciar entre opinión e información. Es cierto que en la propia selección de la información hay una opinión, pero aun así, creo en el periodismo, y creo que hay periodistas que tratan de ver las cosas lo más objetivamente posible. Siempre hay ese tamiz de lo personal, de lo individual, pero esto es inevitable en toda actividad humana.

¿Cómo ves el panorama mediático del Estado español?

 No lo veo mucho... pero la prensa cada vez está más volcada en dirigir la opinión y eso no me gusta. Aun así creo que es el único medio en el que todavía, sabiendo leer, puedes enterarte de algo.

¿Y con respecto a tus comienzos?

 Desde entonces hemos ganado muchísimo. En ese momento es cierto que empezaron a surgir unas publicaciones, con las que yo trabajé, como Cuadernos para el Diálogo, Triunfo, Hermano Lobo, que trataban de abrir el espectro político. De algún modo fueron las parteras de la democracia, esas publicaciones hoy olvidadas que fueron muy importantes para la sociedad. Recuerdo que entonces la gente llevaba como bandera las revistas y los periódicos en los que creía.

Más allá de que tu género sea la sátira. ¿Haces arte? ¿Comunicación? ¿Existen fronteras definidas?

 La palabra arte está bastante echada a perder... Lo que sí busco es que lo que hago tenga una calidad formal. Te das cuenta de que lo que resiste más el paso del tiempo es lo formal, curiosamente. Las ideas, los textos, pueden quedar olvidados, obsoletos, porque las modificaciones en las situaciones políticas pueden hacerles perder la utilidad. Sin embargo, el soporte formal siempre tendrá una cierta fuerza.

¿Puede el arte servir como arma de transformación social?

 Tengo dudas, sobre todo cuando se utiliza el término arma, en ese momento ya me echo para atrás. No me interesan las armas, no es el tipo de lenguaje que me interesa. Sin embargo, yo creo que el gran arte, hablando seriamente, es aquel que refleja el nivel que ha alcanzando el hombre en ciertos momentos. Yo creo mucho en la pintura, creo que las artes plásticas son instrumentos ya probados, que han atravesado milenios y que todavía nos conmueven, y esas son las artes que me interesan. En ese sentido creo que estos instrumentos son envoltorios que sirven para atravesar el tiempo y llegar a aquellas personas que después de muchos años pueden llegar a entender cómo era el hombre en esa época.

En ese sentido, ¿debe tener el arte un sentido de universalidad?

 Efectivamente, el arte debe tender hacia la universalidad, no buscar dirigirse a lo inmediato y al que tiene delante, sino que debe buscar la abstracción, una forma abstracta de entender al hombre. Pero es verdad que tipos de arte que fueron realizados por una necesidad de explicarse lo que estaba pasando es gran arte también. Depende de la dimensión, de la profundidad del contenido y de la dimensión humana de quien lo hace.

Me sorprende que digas que no te interesa la política cuando mucha gente en este país considera que eres uno de los grandes analistas políticos de nuestro tiempo. ¿Qué es exactamente lo que no te interesa?

 Las palabras se nos escurren siempre... ¿Qué no me interesa? No me interesa la política como estructura de poder. Me puede interesar como forma de intentar resolver problemas, como instrumento, pero no como fin en sí mismo.

¿Que le gustaría romper a El Roto?

 ¿Romper? Creo que simplemente intentar entender mejor las cosas, no se puede ir mucho mas allá que eso. Ese intento de saber un poco más de ti mismo, y buscar lo que tú crees que en esta vida es más enriquecedor. Ese estar simplemente en paz, sin que te estén perturbando. Ese es el ideal al que aspiro.

¿Y entiendes algo?

 La verdad es que no. Me hago más bien preguntas que respuestas...

Pero quizás ahí esté la dificultad, en saber hacerse las preguntas adecuadas...

 Es posible. Es verdad que si no nos hacemos preguntas es porque hay demasiado ruido. Creo que lo que tenemos que hacer es practicar una cierta ascesis, vivimos en un mundo en el que nos sobran demasiadas cosas. Hay demasiado ruido ambiental. El silenciar un poco el entorno es básico, lo que parece cada vez más difícil.

En ciertos momentos El Roto amplía nuestro diccionario y nos cuenta, por ejemplo, que una frontera es aquel "lugar donde termina una locura y empieza la otra". ¿Cuáles son estas fronteras?

 Todo lo que nos fragmenta, nos divide... Las fronteras no sólo son las físicas, también hay las personales. Todo eso que nos separa del otro, o incluso de nosotros mismos, aquello que nos fragmenta, son formas de locura. El proceso de reunificación es largo, y no sé si alguna vez lo llevaremos a cabo... Los mitos antiguos ya lo decían, de esa fragmentación no nos damos cuenta porque es imposible verlo, siempre estamos en uno de esos fragmentos. Si te distancias puedes ver todos los fragmentos y empezar a quitar algunas de las fronteras interiores, pero no es fácil.

Eres un filósofo...

 No, simplemente tengo bastante tiempo... e intento pensar.

¿Te compromete trabajar en un medio como El País?

 En todos los lugares donde he trabajado he intentado hacer lo que sé. Y el único límite que tengo soy yo mismo. Después, el lugar en el que lo haces... cuanta más difusión tenga, pues mejor. De todos modos, si simplemente tienes un oyente o un lector, te comunicas con la misma intensidad como cuando te diriges a muchos. La voluntad de comunicación debe ser la misma.

¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Primero la idea? ¿El dibujo?

 Es bastante sencillo. Normalmente las ideas sobre las que quiero trabajar surgen de la propia prensa. Me nutro de la prensa para saber lo que está pasando y cuáles son las cosas que me inquietan en ese momento. Las dejo estar ahí y después de cierto tiempo vuelvo a ellas. Ese dejar que la espuma suba y buscar lo que está debajo es lo que hago. Me interesa trabajar con las corrientes profundas, no con las zonas superficiales del mar. Después decido hacer un dibujo concreto porque veo bien como puedo realizarlo. Las ideas son como las simientes, no se las puede acelerar. Hay algunas que tardan años en florecer y otras que rápidamente las puedes cosechar.

¿Tienes personajes tipo?

 Sí, son personajes anónimos, arquetipos. Muy pocas veces se les ve la cara, si se les ve busco qué imagen puede decir según que cosa. Hay caras que no sirven para lo que quieres decir. Generalmente me interesa que lo diga alguien anónimo, como cualquiera de nosotros.

Una de tus obsesiones es la sociedad espectáculo. En El Roto hay a menudo televisiones devorando cerebros...

 Sí, la televisión es mi bicha negra. Creo que la televisión es el auténtico enemigo del pueblo. Es el auténtico instrumento de dominio de la sociedad. Es un medio tan penetrante que es imposible tomar distancia frente a él, y eso lo sabe el poder y lo instrumentaliza.

Antes de hablar contigo intuía mucha rabia detrás de El Roto, pero te veo absolutamente pacificado, sereno...

 Es que la rabia no te permite ver, lo mismo que la ideología, que no te permite ver nada. Todo lo que acabas por ver es un reflejo de tu furia. Si el agua está muy turbulenta no puedes ver lo que está debajo, sólo cuando está calmada ves los peces, las plantas, las piedras... Creo que es necesaria una cierta calma y eso requiere, sobre todo, desearla.

¿Qué entendemos cuándo hablamos de “servidumbre”? 

Margarita Álvarez

Si consultamos en el diccionario de la RAE el término “servir”, vemos que sus múltiples sentidos se reducen básicamente a tres: “Estar sujeto a otro” (servir a otro, hacer cosas por designo de otro), “servir para algo” y, también, “servirse de”.
El término “servidumbre” sin embargo no se aplica a todos los sentidos del vocablo “servir” sino que remite a “siervo” y designa fundamentalmente una obligación que coarta la libertad, sea de origen externo (servir a otro) o interno (“sujeción a las propias pasiones y afectos”, en otras palabras, si lo traducimos, al goce). En el diccionario, he encontrado asimismo una definición interesante de servidumbre (“La que para ejercitarse no requiere de acto del hombre”), que la contrapone a la dimensión del acto.
Estos sentidos de “servidumbre” son los que me pareció encontrar en el artículo de La Boétie, de quien hemos tomado el término “servidumbre voluntaria” para dar título y eje a este segundo foro. Por eso, en mi texto anterior,(1) me referí a la servidumbre del sujeto en relación al goce.
Me ha sorprendido leer últimamente los términos “servidumbre del deseo” o “servidumbre respecto al discurso analítico”, ya que tanto el primero como el segundo, si bien limitan y sujetan, es decir, alienan, ponen en juego la dimensión separadora del acto. Si tomamos los sentidos que nuestra lengua da a “servir” y “servidumbre”, me parece que no podemos utilizar este último término en ninguno de estos casos. Podemos hablar de servirnos del discurso analítico o de que el discurso analítico nos sirve pero hablar de “servidumbre” en relación a uno u otro me parece impropio tanto desde el punto de vista lingüístico como desde el punto de vista psicoanalítico. Es así como lo pienso. Por ello, quiero aportar esta reflexión al debate.
Nota:
1. M. Álvarez: “De la servidumbre voluntaria de La Boétie a la servidumbre del goce”. En: A-foro 3, marzo 2011.

No hay comentarios:

Publicar un comentario