BOLETÍN ON-LINE nº 15
II FORO: LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA
"Las Servidumbres Voluntarias"
II FORO: LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA
"Las Servidumbres Voluntarias"
Madrid, Sábado 11 de junio de 2011. Círculo de Bellas Artes
A-forismo
Paloma Blanco Díaz
Los usos del plus de goce por parte del discurso capitalista, no son ajenos a la responsabilidad del discurso del psicoanálisis que nos concierne a los que participamos de este modo de lazo social.
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¡Buena lectura!
La evaluación y protocolización de la sociedad
Guy Briole
El médico del siglo XXI debería interrogarse sobre el lugar que ocupa a veces con un cierto celo – en el seno de una sociedad contable—en la suerte que les espera a los improductivos, a los ancianos, a los otros marginalizados y, sin duda, a los enfermos.
El médico no se siente concernido por estos interrogantes. No entiende lo que se quiere de él. Ha puesto una doble capa de plomo sobre el sentido profundo de su acción: lo humano y la ciencia. El progreso es la palabra-amo, el de la ciencia que debe beneficiar al hombre. Sin embargo, la idealización del progreso, puesta al servicio de los estados gestores, produce un deslizamiento hacia lo inhumano y hacia la desfiguración de la sociedad a la que el progreso supuestamente debe aportar un suplemento de bienestar. En el contexto cientificista de la medicina actual, es flagrante que “la biología abandone la palabra por la cifra” 1 y que el médico no sea más que el instrumento de lo que él cree organizar. Ello se decide en otro lugar, en las esferas políticas que confían los proyectos de salud de sus poblaciones a manos de estadistas, de economistas y de físicos. En Francia es el CEA (Comisariado para la Energía Atómica) quien prepara el hombre de mañana con los proyectos NeuroSpin y Clinatec y que se quiere en la avanzadilla de la nueva medicina, en particular la de los protocolos 2.
La medicina protocolizada y la evaluación
Los protocolos entran en el campo de la regularización social por una codificación de las relaciones entre las personas de un mismo grupo y también entre diferentes grupos sociales, e incluso entre los estados.
La palabra protocolo ha aparecido de modo tardío en el vocabulario médico, primero en el campo de la cirugía –el protocolo quirúrgico—se extendió después a otras prácticas, particularmente a la oncología. Se trata de una serie de actos fijados previamente y que se deben aplicar en el tratamiento y el seguimiento de un enfermo. Un protocolo se aplica en función de criterios diagnósticos agrupados para formar categorías de grupos de pacientes. Es el método estadístico que valida la elección del tratamiento. El protocolo incluye la modalidad de la prescripción, la elección del o de los medicamentos, la duración del tratamiento, los criterios evolutivos y las normas de la cura.
La medicina protocolizada es la consecuencia misma de la evaluación cuando el enfermo solo es considerado según lo que cuesta y según lo que se puede obtener de él considerándolo como un objeto de experiencia.
La medicina se queda como un gran campo experimental. Esto se verifica en todos los momentos difíciles de la historia y cuando la ética no está de acuerdo con la práctica. El protocolo es el otro nombre de la experimentación. La protocolización de la medicina produce esta ruptura brutal de la transferencia con el médico en beneficio de la medicina de masas. El protocolo está hecho para aplicar a las masas.
La sociedad compasiva
La compasión es el sentimiento que lleva a compartir el sufrimiento del otro. Se trata de un sentimiento noble pero expuesto a todas las ambivalencias: compasión pública versus condescendencia privada.
En su uso social la compasión trae una pasión por la igualdad que lleva a desviarse de una “política de las singularidades” 3 y conduce a una política de masas. Así, la universalización de la compasión necesita un tratamiento de las masas para contener una demanda infinita e indiscriminada.
En una sociedad en que la compasión se erige como modelo general, se llega a una protocolización de las relaciones con la queja, con la falta. A aquél que se queje de una dificultad se le opondrá un malestar mayor, y a aquél que tiene un trabajo y protesta de las condiciones en que lo ejerce se le propondrá la compasión por aquellos que no tienen trabajo! Al parado se le ofrece la compasión de los psiquiatras adornada con algunos antidepresivos y ansiolíticos.
La protocolozación es, a nivel social, pasar de la reivindicación legítima a la aceptación compasiva. Es decir, reunciar al propio deseo a través de la identificación con la desgracia de los otros.
Es quizás también renunciar al deseo a causa de sentirse invadido por la culpa de estar a cargo de los otros, de estar ya marcado por un rechazo contable. Al mismo tiempo, uno puede felicitarse por el aumento de la esperanza de vida, como uno de los triunfos de la medicina, y de exponer precisamente el coste social de este progreso. La misma persona se cuenta a la vez en las buenas cifras del progreso y es estigmatizada en las malas del sobrecoste.
He aquí reavivada una cuestión sobre su propia existencia; la pregunta de Ché voi? Retomada bajo la forma de “¿Para quién cuento todavía?” Es otro quien saca cuentas. El rechazo conduce a la aceptación de retirarse del mundo, es decir a anticiparlo. Existir para alguien es rápidamente soluble en un contabilidad del dinero familiar o público. A esto, es necesario añadir la falta de tiempo que cada cual puede consagrar a aquéllos que están en una situación difícil. El mundo avanza inexorablemente dejando en la cuneta a una cohorte de excluidos.
Genetistas, biólogos, comportamentalistas, ingenieros en nanotecnología, reguladores de las señales de información, neurocirujanos, economistas, políticos, todos se afanan en reordenar el sufrimiento somático y psíquico en una protocolización hecha en nombre del coste de la sanidad pública y del interés general!
Bienestar versus deseo
El protocolo como evaluación induce una mortificación de la vida y precipita al deseo al lecho de muerte. Las consecuencias son inmediatas para los pacientes pero, más allá, alcanzan –incluso si no se sabe todavía—a los praticantes del protocolo, a los miembros del “cuerpo médico”. Este cuerpo está enfermo de la melancolía que lo habita, de ser el cuerpo caído destinado a convertirse en el que aplica lo que se decide en otra parte. El esfuerzo más grande que hacen los médicos –para no perder totalmente su credibilidad – es, en el mejor de los casos, intentar justificar la elección de los medicamentos por la ciencia o, en el peor, participar en la coerción de los cuerpos. Se convierten en comerciales del cientificismo, esclavos de la industria farmacéutica y de la voluntad de control social de las políticas.
La protocolización genera este nuevo malestar que surge en el punto de falta de compromiso personal del médico. Son las encuestas de satisfacción, los índices de éxito, las curvas evaluativas, las que palían esta falta de compromiso. El “dígame, doctor” ha perdido su sentido. No tienen ya nada que decir y no se sienten ya comprometidos por su palabra. El protocolo validado es lo único que les queda de palabra en su relación con el otro. Ellos mismos son evaluados.
El psicoanalista se interroga, también, para saber qué hace con su palabra. Está concernido por lo que pasa en la sociedad en la que se desplaza, donde ejerce su práctica. No es extraterritorial. Sin embargo, aunque es uno entre los otros, se distingue por no ser como los otros, por el lugar que le confiere la manera que tienen los otros de dirigirse a él y, por su parte, por la singularidad con la que responde.
El psicoanalista, a causa de su recorrido analítico personal, sabe lo que de la palabra supone un compromiso en su relación con los pacientes, en el uno por uno de su escucha.
Hablar se distingue de ser el portavoz de los “datos científicos”. El psicoanalista sostiene su palabra allí donde aquéllos que se refieren al discurso de la ciencia sostienen “el estado actual de los conocimientos” que respondería a todos los modos de goce modernos.
El discurso psicoanalítico es el que puede introducir un corte en los modos de goce modernos. Este corte se sitúa en oposición a lo normativo; es contingente en relación a los tropiezos del deseo. En este sentido el acto del analista escapa a la randomización de lo reproducible. Así, si uno de los criterios científicos de la evaluación es “la experimentación reproducible y cuantificable”, el psicoanálisis constituye una excepción radical. Es refractario al protocolo. Ello no lo descualifica en nada; lo deja abierto al deseo.
Traducido por Neus Carbonell
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Referencias
- Steiner G., Langage et silence. Paris, Les belles lettres, 2010, p. 25.
- Briole G., Bioquímica no Lacaniana, in : Las ciencias inhumanas, Madrid, Gredos, 2009, p.131.
- Torres Mora J. A., La politique des particularités, in : Psychanalystes en pise directe sur le social, Mental, n°20, février 2008, p. 178.
Rosa Godínez
En el marco que nos mueve a manifestar y denunciar lo que la evaluación silencia promovido por este II Foro, quiero decir lo que el término servidumbre(s) voluntaria(s)” me ha hecho trabajar hasta el momento.
Recurro a la semántica para verificar el significado de los términos en juego y tratar el sentido, que me despierta dicho enunciado, que surge para mí de la conexión entre el significante y la práctica.
La servidumbre, según la acepción en el Diccionario del uso del español, María Moliner, apunta a: obligación y dependencia que se encuentra pesada. Este punto me hace pensar en las políticas actuales que inciden en el tejido social y en la renombrada salud mental. El enfoque empresarial que hoy prevalece apuesta por planificar y programar servicios y recursos sanitarios para enfermos mentales con la intención de que saneen e higienicen sus trastornos al mejor precio para el amo: el silencio del decir del sujeto. Esto, sin duda, tiene un coste pesado para todos.
Si a esto añadimos el calificativo “voluntaria”, lo dictado por la voluntad, me cuestiona lo que hay de intencionado o de intención en la respuesta de servidumbre, en hacerse siervo, cuando no servil, del discurso imperante. Un discurso que contempla el individuo como objeto a evaluar, corregir, sancionar o sanar, expulsándolo fuera incluso de territorios marginales, guetos, cuando el sujeto no se somete al protocolo de evaluación y de control impuesto para la ocasión.
Lo voluntario pues remite a la voluntad que es materia del yo, siempre del orden de las buenas o las malas intenciones. Nada más incierto y engañoso. Para Lacan el yo es un objeto y tiene una función imaginaria: “un objeto particular en el interior de la experiencia del sujeto” (1). Entre el yo y el inconsciente “hay (una) diferencia radical” (2). El sujeto del inconsciente es nadie, descompuesto y fragmentado; lo cual nada tiene que ver con la fragmentación y parcialización que pretende el discurso de los especialistas al servicio de la política reglamentista actual. Desde aquí, se ve y se trata al hombre o al niño como trozos de cuerpo enfermo que hay que medir y medicar; haciendo callar o ahogando en el sujeto la manifestación de la causa psíquica, del síntoma.
Éste es el caso del padre de un niño que atiendo. En una entrevista reciente vociferó su superyó: Se enrabió en una suerte de identificación brutal a los significantes amos que corren hoy por las instituciones médicas y/o psicológicas absorbidas por el Ideal del control de la cognición y de la conducta. No todo tiene que ver con la posición subjetiva de este hombre, pues en él habla también el lenguaje de los tecnócratas al servicio de la ciencia.
Me pedía que le escribiera un informe con pautas y arrojaba su impotencia en su rechazo ante la manera de trabajar los desórdenes del hijo a partir de la escucha. Quería pruebas objetivas. En el supuesto que ahí podía despuntar una demanda bajo la angustia: las pautas, le dije que eso lo podíamos hablar (como en otras ocasiones). El niño en esta escena en que el padre manifestaba su enojo contra el psicoanálisis aplicado a la institución dijo: Papa, papa… no ves que estoy contento…que hace días que duermo bien porque ya no tengo esos sueños horribles…Además ya sabes que el cole me va ahora bien. El padre no escuchaba, pero el analista sí. Miré al niño moviéndose inquieto ante la obcecación del padre que atentaba contra el amor de transferencia. Despedí al padre, des-alojándolo de la consulta, dando dos citas: una para el hijo y otra para él para hablar, no respondiendo a lo que me exigía. Desde luego, puedo decir que en esta escena no intervine desde la voluntad. Pero quedó en mí algo demasiado pesado.
El ejemplo me sirve no para tratar aquí la clínica de este hombre ni la de su hijo, sino para decir acerca de la respuesta, de la posición a tomar del psicoanalista frente a la indecencia del discurso actual.
La pregunta entonces ¿qué respuestas, qué acciones, qué operaciones analíticas orientan al psicoanalista en la institución para no entrar en un juego de sometimiento a las políticas actuales que trabajan por y para el poder y no, por supuesto, para los ciudadanos, y menos aún para el sujeto. Se trata pues de una elección. Una elección, por una parte, que atañe a la institución y, por otra, una elección particular del trabajador en ella. Por tanto, para el psicoanalista no se trata de voluntad, se trata de su deseo. Pues, en palabras de Lacan:
“Las resistencias tienen su sede en el yo. Lo que pertenece al yo es eso que a veces denomino la suma de los prejuicios que implica todo saber y que cada uno de nosotros individualmente arrastra”. (3)
Se trata, en definitiva, de una cuestión de elección, es decir, de deseo y de goce, si queremos responder a la subversión que el psicoanálisis propone. Es decir, gozar de nuestro trabajo tomando la distancia posible de las presiones y empujes sociales e institucionales, si eso es posible. Por ello decía recientemente en la CdC, en el espacio de trabajo hacia PIPOL 5, que me preocupaba aún más que la deriva del Otro, la nuestra. Esto es, cuando podemos identificarnos o ceder (dado que corremos ese riesgo en todo momento) frente a aquellos significantes en tanto nombres del discurso del otro que asientan una realidad: salud mental, programación, eficacia, eficiencia, evidencia… Esta pendiente requiere de un freno continuo. Una vía, entre otras, es poder decirlo, escribirlo, pasarlo.
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Referencias
1-J. Lacan, Seminario 2, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica”, Paidós, 1978, p.73
2- Ibid,p.96
3- Ibid,p.68.
Bibliografía razonada
DEL NIÑO PROGRAMADO, AL HOMBRE SIN CUALIDADES
Antonia García Lozano
A propósito del texto de Miller sobre el hombre sin cualidades, se me ocurre el siguiente comentario: el modo actual de gestionar la salud mental de los ciudadanos, se rige por protocolos con los que se evalúa tanto a usuarios, como a profesionales de la sanidad. En la actualidad no se hace política sanitaria, se gestiona y desde ahí, todos somos cuantificables.
Sometidos a controles de calidad para demostrar que son dignos de confianza, se establece la lógica de la demostración de un saber anónimo e impersonal.
El criterio que predomina es el de “ADAPTACIÓN”, hay que adaptarse!, como imperativo superyoico y el que no se adapta es porque padece un “trastorno” que deberá ser evaluado, para aplicarle el programa que corresponda.
Según Miller: la salud mental es el ideal de un sujeto para el que lo real cesaría de ser insoportable. Cuando se parte de esto no se encuentran mas que trastornos mentales, disfuncionamientos. Es preciso que la lengua, la nuestra, no se deje ganar por el sintagma de trastorno mental. El concepto de trastorno mental lleva implícito el concepto de salud mental y ha deshecho las soberbias entidades nosológicas heredadas de la clínica clásica. El trastorno mental es una unidad, es algo que puede cernirse, ubicarse con el método de las casillas.
Se trata de la imposible ambición de que el saber domine al goce. El resultado que se espera de este dominio, está encarnado en los cuestionarios de salud mental.
En lo que se refiere a la salud mental infantil, se niega la posibilidad de que el niño haga su propia invención, se les somete a una evaluación exhaustiva a base de test psicométricos y pruebas diagnósticas para clasificarlos en categorías .Detrás de las siglas TGD aparecen sujetos que desde muy temprana edad (2,3 años) son catalogados como autistas. A estos niños se les aplica técnicas de adiestramiento, que producen niños robotizados, fruto de un aprendizaje mecánico y estereotipado.
Cuando se trata de TDAH, la etiqueta conlleva el fármaco, tanto padres como educadores, lo piden como “solución al problema”, aunque no exista causa orgánica que lo justifique.
Los etiquetados como ASPERGER son los sujetos sometidos a todo tipo de programas:
Programa de apoyo cognitivo-verbal, programa de estimulación neurocognitiva, programa cognitivo-conductual, programa de habilidades sociales y escolares, programa de incremento léxico, programa de sintaxis, programa de morfología y programa familiar. Estas son las recomendaciones que prescribe un equipo especializado en TMG (trastorno mental grave).
En la medida que la ideología de la evaluación se ejerce potenciando la uniformidad, el para todos, hay cierto disforme que tiende a manifestarse en la clínica y que estaría ligado a lo que se llama progreso. El resultado del progreso se revela en las clasificaciones diagnosticas, que segrega a los sujetos que no se ajustan al patrón de conducta de “normalidad”. Son sujetos excluidos de la comunidad escolar.
La metamorfosis de la ciencia en técnica, como dice J. Alemán, genera la alianza entre neurociencias, cognitivismo e industria farmacológica tratando de eliminar la palabra, eso que hace de cada uno, un sujeto incomparable.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA: Freudiana 45. LA ERA DEL HOMBRE SIN CUALIDADES (Jacques-Alain Miller).
Servidumbres imaginarias
Concha Lechón
En ese punto de juntura de la naturaleza con la cultura que la antropología de nuestros días escruta obstinadamente, sólo el psicoanálisis reconoce ese nudo de servidumbre imaginaria que el amor debe siempre volver a deshacer o cortar de tajo.
Jacques Lacan (1) Este breve extracto, rico en referencias y orientaciones, me ha sugerido algunas reflexiones.
Lacan rescata como pasiones del ser (2): el amor, el odio y la ignorancia. Sabemos de las nefastas consecuencias cuando predomina la alianza entre odio e ignorancia. La solución que da Lacan, por el amor, ante el nudo de la servidumbre imaginaria, está en la misma dirección, a mi entender, que la orientación que da Eric Laurent al final de la entrevista publicada en este Boletín, un amor que proteja del goce, en solidaridad con él: un nuevo amor es lo que nos queda para mantener a distancia el imperativo de goce sea cual sea la forma con la cual se presenta. (3)
Freud dedicó un capítulo a Los vasallajes del yo, definiendo el yo como una pobre cosa sometida a tres servidumbres: el mundo exterior, la libido del ello y la severidad del superyó, (4), sometido a la pulsión y al superyó, al imperativo de gozar.
El psicoanálisis es una praxis que da la posibilidad de tratar lo real por lo simbólico (5). Es decir, tratar las modalidades de goce y encontrar formas más “civilizadas” de habitar la pulsión ; por esto me parece que debe hacerse escuchar.
La escalada de la escrutación, obstinada en la era de la globalización por su pasión por la cifra, intenta borrar lo más particular de cada quien, lo que le empuja a hacerse notar de otro modo, a veces con estruendos.
La cifra con la que se pretende evaluar aplasta la subjetividad, en palabras de Jacques Alain Miller: El evaluado es radicalmente y de entrada un devaluado. (6)
Un muchachito se mostraba contento por haber obtenido una puntuación de 3 en un examen (en un baremo de 0 a 10) alegaba: “¡Tres es más que cero!”, podemos pensar que estaba contento por no haber sido aplastado por la nulidad del cero.
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Referencias
(1). Lacan, J. El estadio del espejo como formador de la función del yo (Je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. Escritos 1. Siglo XXI editores. 1987. p. 92 - 93
(2). Lacan, J La dirección de la cura y los principios de su poder. Escritos 2. Siglo XXI editores.1988. p. 607
(3). Laurent, E. A-foro Nº 3. 24 de Marzo 2011
(4). Freud, S. El yo y el ello. Amorrortu editores, Buenos Aires. 1986. Vol. XIX. p. 56
(5). Lacan, J. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Piados. Buenos Aires, 1989. p. 14
(6). Miller, J.A. Curso del 16 de Enero de 2008
Correcciones
Jesús Sebastián, autor del texto titulado Actualidad de La Boétie o una nueva forma de la tiranía: la gestión de la calidad me ha remitido la corrección que seguidamente incluyo.
Estimada Paloma, por si te parece de interés publicarla, adjunto esta corrección a un error que he detectado en el breve texto que remití y aparece publicado en A-Foro 14: en la cita que hago del texto de La Boetie doy como referencia la edición de Tecnos, pero el texto que cito lo había tomado de una de las muchas páginas de internet en las que se publica el texto, en concreto de: http://www.mundolibertario.org/archivos/documentos/tiennedelaBotie_discursosobrelaservidumbrevoluntaria.pdf (páginas 7, 14 y15).
La cita correspondiente a la edición de Tecnos, Madrid 2010, presenta una traducción más depurada y es la siguiente:
“Es increíble ver cómo el pueblo, desde que se le ha sojuzgado, cae pronto en un olvido tan profundo de su libertad que ya le es imposible despertar para reconquistarla: sirve tan gustosamente y tan bien que, al verlo, se diría que no sólo ha perdido su libertad, sino además ganado su servidumbre”. El joven Etienne lo entiende así: “Y voy ahora a un punto que es, según creo, el resorte y el secreto de la dominación, el apoyo y el fundamento de la tiranía. Aquel que piense que las alabardas, los policías y las rondas nocturnas afianzan a los tiranos, se equivoca grandemente… Y quien quiera seguir el hilo verá que no seis mil, sino cien mil, y aun millones, tienen con ellos al tirano por la cadena ininterrumpida que los une y liga a él,… En suma, por las ganancias y los favores que se reciben de los tiranos, se llega al punto que resulten casi tan numerosos los hombres a los cuales les aprovecha la tiranía, como los hombres que desean la libertad. Así es como el tirano avasalla a sus súbditos, a unos mediante los otros” (páginas 43, 85, 87, 89 y 91).
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