II FORO: LO QUE LA EVALUACIÓN
SILENCIA
"Las Servidumbres Voluntarias"
"Las Servidumbres Voluntarias"
MESA 8.
Actualidad del autismo. Coordina
Iván Ruiz
Senado y
política plural ante el autismo (sin texto)
Miriam
Andrés
En el
principio era el verbo
Vilma
Coccoz
Vilma
Coccoz.
Psicoanalista. Psicóloga
Clínica. Docente del NUCEP (Nuevo Centro de Estudios de Psicoanalíticos) ICF
(Madrid)
“En
el principio era el verbo”
Sí,
para cada uno de nosotros, seres hablantes, al principio de nuestros días, el
verbo estaba ahí…y era del Otro. A cada uno de nosotros, seres hablantes, nos
fue instilado el lenguaje, gota a gota, por nuestros próximos. Es bien sabida la
importancia que tiene para nuestra subjetividad que los otros, nuestros
próximos, sean reconocibles, que en aquellos que nos arrojaron al mundo podamos
suponer un deseo no anónimo, un deseo de participar en nuestro comienzo que
tenga nombre, y apellido.
Cada
uno de nosotros atrapó, por la inmersión en las turbulentas aguas del incesante
parloteo que llamamos humanidad, en el blablá propio de nuestra especie,
algunas maderitas a las que asirse para no sucumbir, para mantenerse a flote en
este dicharachero ambiente de deseos, sentidos, imperativos, gritos y susurros.
En cada uno de nosotros se
ha reiterado el ensayo de la experiencia singular de nacer a la vida como
existente, como alguien que puede decir “yo”, como alguien que puede decir.
Cada
uno de nosotros proviene de las necesidades más humildes, desde el más absoluto
desamparo, y va afianzándose en la vida, tratando de apropiarse del Verbo del
Otro para ser, nosotros, cada uno, Verbo, y cada uno, uno. Lacan no
dejaba de manifestar su asombro ante el desconocimiento manifiesto de esta
realidad tan evidente. Hemos necesitado de su asombro para admitir lo que el
inconsciente grita por todos nuestros poros: Al principio era el Verbo.
Freud
lo había dicho a su manera: Wo es war soll ich verden: Allí donde Ello
era yo debo advenir. El yo (ich) referido se traduce en francés como
Je, es el yo del decir, no la entidad imaginaria, el
ilusorio “sí mismo”. ¿Cómo puedo volverme verbo? Porque de este mundo no
podemos caernos[1]
y, en este mundo, lo “natural” es
hablar….
El
verbo es un significante no tan tonto[2],
en él se conjuga el pronombre y la acción de la gramática que Freud nombró
libidinal: gracias al verbo nos hacemos oír, llevamos, a ratos, la voz cantante,
cuando en realidad, somos siervos de un discurso cuyo alcance ignoramos. Gracias
al verbo nos hacemos ver, porque al ser vistos nuestra imagen se distingue y
podemos reconocerla como propia. Gracias al verbo obtenemos, al ser escuchados y
por ser vistos, una ignota satisfacción particularmente arraigada en nuestra
piel que nos otorga un cuerpo y con ello, el
movimiento.
En
algunos de nosotros, los llamados autistas, el Verbo se congela. Ellos,
los autistas, no se hacen ver ni oír. Ellos, los autistas, temen y tiemblan ante
la voz y la mirada que se añade al Verbo del Otro. Ellos, los
autistas, personajes más bien verbosos, no hacen sin embargo uso
del verbo para ser en el decir, para reclamar su lugar e imponerse. Ellos se
refugian en el silencio o profieren parrafadas sin sentido, ecos de dichos
de otros, retazos de palabras sin enunciación propia. Ellos pueden
ser portavoces de voces imperativas que reclaman la suya, que no adviene. ¿Por
qué han renunciado al placer del sentido? ¿Por qué se niegan a la vida en el
Verbo? ¿Por qué se refugian en reiteraciones infinitas de acciones enigmáticas?
Insondable decisión
del ser, el suyo es un trabajo extremo de defensa ante la
angustia inconmensurable que se desprende de estar privado del Verbo y, con
ello, del aquí y allí, del mañana y el pasado, del yo y el tú, de lo que
distingue lo mío y lo ajeno, de las alegrías y penas que nos aportan las
palabras.
Debido
a esa precariedad simbólica son presa fácil de la ferocidad evaluadora, que ha
pergeñado el identikit del nuevo ideal psicológico según el cual hablar
es informar, entender es procesar, conversar y crear vínculos es poseer
habilidades sociales, enfadarse es indicio de un déficit en la gestión de la
agresividad… A quienes quieran adaptarse, regulando sus conductas a sus
sacrosantas normas, se les promete una ganancia de autoestima. La cual incidirá
positivamente en el autocontrol de las emociones, con el beneficio añadido de la
asertividad, resultado del cálculo de riesgos y pérdidas. Según la criba
derivada de semejante “psicología”, todos los seres hablantes, incompletos y
fallidos, formamos parte del espectro autista. Todos somos deficitarios ante su
rasero estadístico, mortificante e inclemente. Y cuando los autistas, los más
vulnerables, se rebelan a sus autoritarios dictámenes para forzarles a ser
autónomos y, en su desesperación, aúllan o se agitan, hiperactivos, ellos tienen
el recurso a la diosa Química.
La
vida en el Verbo, la diversidad inmensa de la humanidad hablante nada importa a
los cautivos en el atractivo hipnótico del adjetivo “científico”. A quienes
sirven voluntariamente al mercadeo que todo lo intoxica con su lenguaje de
gestión, la mano no les tiembla al firmar sus condenas:
¡Incurable! Creyéndose eximidos de la responsabilidad que requiere
el Verbo, se declaran “expertos”. Su garantía son las imágenes del cerebro, las
acreditaciones universitarias, los cargos, los fármacos, las estadísticas.
Siervos de un discurso ciego y embrutecido se envalentonan llegando a despreciar
el saber acumulado durante veinte siglos de pensamiento ético y político, de
clínica, lógica y literatura. La prensa garantiza su supervivencia con monótona
insistencia.
Munidos de significantes
técnicos, pregonan que el complejo dramatismo de la vida humana se reduce a
conductas cuyas pruebas fueron arrancadas a las ratas. Pero el animal, preso en
la Necesidad, puede y, de hecho, prescinde de la lógica. En cambio, el ser
hablante la precisa aunque la ignore, para orientarse en el Verbo y conseguir
tejer la Vida, con los hilos de deseo. Freud anunció esta verdad incómoda y le
llamó inconsciente, debido a que el hablante se empeña de manera absurda en su
negación, aún al precio del desvarío y de dolores inútiles.
Servir
al discurso analítico supone haber renunciado a la idea de Voluntad en pos de
elegir amarrarse y someterse a su lógica, que coloca en su debido lugar la
Causa, la causa del decir, que es la causa del deseo. Desde allí, invitamos a
los autistas a servirse del Verbo, a advenir al ser una vez vencidas en nosotros
las tentaciones autoritarias, una vez que nos hayamos desprendido de los
mandamientos que exigen nuestro sacrificio a dioses
oscuros.
Bibliografía
J.
Lacan: Conferencia en Ginebra sobre el síntoma. En Intervenciones y
textos 2. Manantial. Buenos Aires 1988. Pág. 155
J.Lacan: Dos notas
sobre el niño. Idem. Pág. 55
J.
Lacan: Acerca de la Causalidad psíquica. Obras Escogidas I.
RBA.Barcelona. 2006.
J.Lacan: Seminario XI.
Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós. Buenos
Aires. 1989.
[1] Cita de H.Heine
apreciada por Freud.
[2] “Se podría decir
que el verbo se define por ser un significante no tan necio –hay que escribirlo
en una sola palabra notannecio- como los otros sin duda, que efectúa el paso de
un sujeto a su propia división en el goce y lo es aún menos cuando determina esa
división en disyunción y se convierte en signo.” J.Lacan. Seminario XX:
Aún. Paidós. Barcelona 1981. Pág.34
En el verbo palpita la vida de un
sujeto, es decir, su relación al goce, presente en su modo de decir, su estilo.
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