II FORO: LO QUE LA EVALUACIÓN
SILENCIA
"Las Servidumbres Voluntarias"
"Las Servidumbres Voluntarias"
MESA 6.
Pensamiento
en acción. Coordina Miquel Bassols
¿Es el
resentimiento la ira del esclavo?
Germán
Cano
La
evaluación de calidad en la enseñanza. Experiencias de un régimen
político
Wenceslao
Galán
Sostener la
presencia
Amador
Fernandez-Savater (sin texto)
Joaquín
Caretti
Germán Cano. Filósofo
¿Es
el resentimiento la ira del esclavo?
Probablemente, llame la atención que una intervención sobre las
relaciones entre resentimiento y servidumbre voluntaria comience con la
corrosiva fábula creada por Luis Buñuel en El ángel exterminador, una
película que muchas veces ha servido para satirizar las consecuencias del
aislamiento y el recelo solipsista del hombre contemporáneo. Les recuerdo la
trama argumental: un grupo de miembros de clase alta se prepara para pasar una
plácida velada en una lujosa mansión mientras los criados la abandonan
misteriosamente. Este dato no es irrelevante: son los burgueses y el mayordomo
(por supuesto, bien educado, según él mismo reconoce con orgullo, por los
jesuitas y que siempre actúa con la obediencia de un fiel servidor de sus
señores), los únicos que tienen problemas a la hora de salir al exterior.
Después de la cena, anfitriones e invitados pasan al salón donde, sin razón
alguna, permanecen varios días sin poder salir. Nada parece aparentemente
impedir su marcha, pero ensimismados en patéticas y grandilocuentes reflexiones
egocéntricas, todos parecen pasar por alto la solución más sencilla: atravesar
la puerta y salir al exterior.
Esta situación podría ser interpretada como una caída mítica, pero
también, como se reparará enseguida, como un “miedo a la impropiedad de la
comunicación”. Por ello, quizá lo primero que nos llama la atención, de entrada,
es cómo Buñuel nos muestra que el problema de este singular “encierro” no es
tanto el error de estos individuos (¿no es la solución del problema
extraordinariamente obvia?), como una determinada lógica estúpida: lo que
les encierra es la mezquindad y ruindad del apego de la clase media-alta a lo
que podríamos llamar la dogmática racionalidad de su espacio interior, su
“espacio doméstico”. Ensimismados, los personajes se definen por sus
superficiales monólogos y por su mutuo desconocimiento narcisista de lo que les
ocurre a los demás.
Aquí hay que mencionar un segundo hecho. No es casual que el encierro se
desarrolle como una situación de peste. El interior está contaminado en un nivel
en el que no es posible para los “encerrados” ninguna confianza ingenua en el
medio. El punto de partida de la incomunicación de los personajes es su total
desconfianza recíproca y hacia cualquiera atmósfera común, como si pese a estar
físicamente juntos, psicológicamente no respiraran el mismo aire. Paralelamente,
es este recelo el que oscurece la grosera simplicidad del mundo, oscurecido y
bloqueado como objeto de conocimiento y de acción. Pese a que la histeria, el
hambre, la suciedad, la enfermedad y las luchas agravan la situación, los
prisioneros, autoencerrados en una especie ficticia de cárcel imaginaria (o
romántica: Buñuel muestra con sorna el suicidio de una pareja), siguen sin ser
capaces de salir del círculo vicioso de su
confinamiento.
Y por último, y más importante para lo que nos ocupa, nótese cómo, en
tercer lugar y como dato fundamental, la paulatina frustración ante la
imposibilidad de salir les lleva a los habitantes a dar rienda suelta a su
resentimiento buscando un chivo expiatorio. La opacidad de la situación se
descarga antes en diversos culpables y conjeturas conspirativas que en impulsar
cualquier esfuerzo de cooperación o de ilustración racional de la situación.
Buñuel, en resumen, está describiendo un tipo de mezquindad, un desprecio
hacia la esfera de lo común que transforma el malestar colectivo en un asunto
personal, individual, doméstico. Los sujetos son incapaces de salir al exterior
porque no saben encontrar otra salida a su impotencia más que encerrándose a sí
mismos frente a lo exterior. De ahí que no tarden mucho en interpretar la
situación en términos paranoicos o como la “lucha de unos contra
otros”.
Ahora bien, ¿por qué no logran ver una solución tan simple?
Tal vez, si sólo por un momento, como comentaba con sorna Buñuel, hubiesen
intentado por una vez comunicarse entre sí y dejar sus monólogos, hablar sobre
su realidad común, habrían podido salir de su estúpido aislamiento y ser
capaces de hacer algo. En una entrevista acerca de la película,
el cineasta aragonés afirmaba: “En la sociedad humana de hoy, los hombres cada
vez se ponen menos de acuerdo, y por eso combaten entre ellos. Pero ¿por qué no
se entienden?¿Por qué no salen de esta situación? En la película es lo mismo:
¿por qué demonios no llegan juntos a una solución para salir de la
casa?”
Por decirlo de forma sintética, la ironía del “hechizo” que padecen los
habitantes de la casa de Buñuel es que no pudiendo salir de sí mismos,
tampoco pueden salir al exterior. Cuanto más valoran el mundo desde su yo
aislado, más pierden el mundo y se repliegan paranoicamente frente a él. No es
casual que un comentarista como Fredric Jameson haya reparado en que esta
situación pueda contrastarse con el modelo psicoanalítico de la neurosis. Este
retorno de “lo mismo” incapacita para toda experiencia fructífera de lo nuevo y
“aprisiona al yo dentro del yo, atrapado por su terror a lo nuevo e inesperado,
llevando su mismidad dondequiera que vaya […]”.
Al mostrar pues que no hay cárcel más temible que la que el sujeto –aún
de forma idealista- construye respecto a sí mismo para inmunizarse frente
a un afuera, Buñuel se hace eco de un problema que nos interesará para
comprender una de las posibles coordenadas ideológicas del mundo contemporáneo:
la lógica del resentimiento como hechizo mítico, como recaída en la necesidad.
Una dinámica psicosociológica ciega y repetitiva que, como se analizará,
a diferencia de lo que piensa el discurso aristocratizante despectivo de las
masas, no es tanto causa como síntoma, no tanto dato psicológico natural como
efecto de relaciones de poder concretas que endurecen los cuerpos y purifican
las posibles atmósferas sociales y materiales hasta el punto de reducir la
potencia de contagio político-social de la vida a un unidimensional modelo
disciplinario de corporalidad, inmunidad e intimidad.
Wenceslao
Galán. Profesor de
Filosofía en la Universitat Oberta de Catalunya.
“La
evaluación de calidad como régimen político”.
Tesis /
Resumen:
La Evaluación de Calidad es un discurso que se extiende con fuerza por
los centros de enseñanza, en todos sus tipos y niveles. Bajo la retórica de la
nueva gestión empresarial –proyecto, equipo, liderazgo- la
Evaluación modula de hecho un régimen político inédito, esencial a la nueva
forma de capitalismo, y que conforme a cierta línea de pensamiento crítico
calificamos como “fascismo posmoderno”.
En definitiva, los sujetos inscritos en ese régimen –profesores y
alumnos, sobre todo- viven sometidos a un estado de movilización total, cuyo
motor es la fuerza coercitiva de la obviedad –las imposiciones del sentido
común- y cuya condición, ella misma inexpresable, es la reducción o el
silenciamientodel propio sujeto.
El autor presenta en su intervención tanto una conceptualización crítica
del fenómeno como una significativa experiencia personal en centros docentes
afectados por el régimen de la Evaluación de
Calidad.
Guión:
Cuando la realidad se vuelve inmanejable. No sabemos cómo entrar en
relación con el otro, con el aula, con el acto de enseñanza. La institución se
ha desvanecido. La relación se carga de miedo, angustia,
ansiedades.
La realidad impone el deber incondicional de cuidar –de sí y del otro- y
la necesidad radical de elaborar: ¿Qué pasa aquí? ¿Qué es esto? ¿Qué
hacemos?
Falla el paso a la elaboración. No se da el espacio social y político
adecuado –ámbito que de suyo debe ser “tomado”, como la plaza... En su lugar, y
como “alternativa siniestra”, comienza la lógica fascista: hacer algo todos,
ponerse en marcha, movilizarse. Una lógica que conjura el impasse de lo
político.
¿Qué hacer? Un imaginario común, fascinado por la ilusión –“visión y
misión”- de sí mismo. Investidos por el deseo narcisista. Poner en marcha un
centro de Calidad reconocida socialmente. ¿Quién otorga el reconocimiento?
“Misterio del ministerio”: quién tiene el poder social para emitir certificados
de calidad. Estatuto de las “empresas” de calificación (certificado ISO, SPG,
etc.); híbrido de estado y mercado.
Manos a la obra: la objetivación delirante. Estandarizar todos los actos
de discurso del proceso educativo; por tanto, formalizar y tipificar todos los
gestos que tienen lugar en la relación intersubjetiva. Violencia y tragicomedia
de la objetivación delirante. Erradicar el “habitus”, reducir al sujeto,
neutralizar la vida. La fantasía
concentracionaria.
Única consistencia material del proceso: la burocracia. La
burocratización delirante. Valor del acuerdo, el registro, el acta, la
modelización. Paroxismo del delirio: la Programación. Miseria de
la pedagogía.
Medios sin fin. El procedimiento como sentido absoluto. La máquina
burocrática parasita la actividad docente. Excedente parasitario: gestores,
coordinadores, auditores. Razón instrumental y
nihilismo.
El drama del sujeto. Inducción del funcionamiento paranoico: la falta
respecto a la imagen delirante es impagable. La demanda infinita, la deuda
crónica. Figura del “Auditor Inminente” (K.)
El régimen del “equipo” y el aislamiento como efecto irreversible.
Ideología y dramatización del profesionalismo. El Otro como tribunal.
Una escena paradigmática: “la comunicación de buenas
prácticas”.
Reticencias al régimen. La obviedad como principio de movilización
–enseñanza de calidad, objetividad, proyecto común, etc.- Sentido común y
necedad.
Cambios en la ordenación y uso del espacio. Anulación de los espacios de
comunicación no funcional, de intersubjetividad, de humanidad. De nuevo, la
fantasía concentracionaria.
Un régimen insoportable. La realidad acaba ganando. Malestar y
resistencia en el sujeto: la enfermedad, la baja laboral. Hablar por nosotros y
entre nosotros: el paso a la elaboración como acontecimiento de lo político.
Joaquín Caretti Rios. Psicoanalista.
Médico.
“El goce de la
evaluación”
Si no estamos convencidos del emplazamiento al que estamos sometidos por
la evaluación y al que está sometida Europa y el mundo, pensemos por un instante
en lo que nos sucede como país. Percibimos la tiranía que imponen los
mercados sobre la política y sobre las poblaciones. Estamos pendientes de la
evaluación numérica que hacen unas agencias evaluadoras, las
cuales han estafado con sus calificaciones y a las que nadie
evalúa. De ellas depende nuestra economía ya que su estimación es tomada en
cuenta por los mercados y éstos dictarán sentencia. Pero ¿quiénes son “los
mercados”? No se sabe, hay un anonimato generalizado: sin rostro,
sin nombre, sin localización. Los gobernantes se entregan a sus
exigencias, se someten a su valoración y deciden sus políticas
según la cuestionable lógica de ¡hay que satisfacerlos y calmarlos! Dependemos
de unas agencias evaluadoras que, anudadas a los mercados, piden cada vez más:
más ajuste, más reforma laboral, más privatizaciones, más seguridad jurídica: es
una boca que no se sacia. ¿Puede haber más ignominia que este esquema? Estamos
ante la presencia de un superyó feroz cuya mirada, siempre observante, atenaza a
los políticos y a los ciudadanos.
Del extraordinario texto de Étienne de la Boétie, el “Discurso de la
servidumbre voluntaria”, quiero rescatar el párrafo siguiente: “(…) ver a un
millón de hombres servir miserablemente, con el cuello bajo el yugo, no forzados
por una fuerza mayor, sino de algún modo (eso parece) como encantados y
fascinados por el sólo nombre de uno, del que no deben ni temer su
poder, pues está solo, ni amar sus cualidades, pues es con ellos inhumano y
salvaje.”[1] Y, a su vez, destacar dos palabras que usa para describir la posición
subjetiva con relación al Amo: encantados y fascinados. Es decir que, en 1553,
La Boétie descubre en la subjetividad un gozo que deviene de estar en una
posición de servidumbre. Pudiendo ser libre, sin embargo, encuentra una
satisfacción en la sumisión al nombre de Uno. Rechaza la libertad. Y, aún más:
“Es el pueblo el que se subyuga, el que se degüella, el que pudiendo elegir
entre ser siervo o ser libre, abandona su independencia y se unce el yugo; el
que consiente su mal o, más bien, lo busca con denuedo”[2]
¿Puede nuestro pensamiento aceptar esto? ¿Cuál sería el beneficio que el
sujeto obtendría de una posición de sumisión a un nombre, es decir a un
significante que se transforma en Amo? ¿Cómo puede ser que consienta en
su mal?
Sabemos, desde la revelación freudiana, que el sujeto tiene una herida,
una división de su subjetividad que no le permite sostener una identidad
consolidada consigo mismo: hay lo que Jacques-Alain Miller llamó “la paradoja
del Otro interior” que agita la vida y el cuerpo de los hombres con sueños,
fantasías, sufrimientos, actos involuntarios, deseos, síntomas, mostrando, de
este modo, su desamparo existencial. Es Otro al que estamos
sujetados tanto como lo estamos al lenguaje. Es un Amo interior del cual el
sujeto no quiere saber nada y pretende disfrazarlo bajo el manto de una
sojuzgamiento exterior formulado como “es el otro el que me impide”, lo cual lo
desresponsabiliza de los hechos de su existencia. Por ello, cualquier proyecto
político emancipatorio debe tomar en cuenta esta fractura subjetiva y sus
consecuencias sintomáticas. Por otro lado, es en este hiato subjetivo donde un
significante del Otro vendrá a dar un poco de consistencia al sujeto. Son
significantes que ordenarán la precariedad y el desamparo. Es entonces, a partir
de esta herida, que debemos pensar la función que el Amo tiene y el gozo que
puede provocar que un Otro exterior al sujeto ordene el mundo, aún a costa de
una posición de servidumbre. Esta es la paradoja: por un lado el
Otro sojuzga y por el otro, al nominarlo, le da al sujeto un ser en el mundo. La
servidumbre voluntaria es, entonces, la consecuencia lógica de la estructura
subjetiva que se maneja mejor con un Amo que con una libertad de la cual no
quiere saber, ya que, dicha libertad, implica una imposibilidad que limita
cualquier ilusión de completud o de felicidad, que es lo mismo. Es sólo a partir
de la aceptación de un límite, un “yo soy eso” y de vislumbrar que es posible
una relación diferente con el Otro interior, que puede el sujeto salir de la
servidumbre para recorrer el camino de su deseo. Su libertad será querer lo que
desea.
Es en este contexto donde podemos pensar el lugar que la evaluación, como
propuesta del discurso dominante, tiene hoy en día. Es necesario recordar que la
evaluación se ha convertido en una parte central de los mecanismos de control
social. Desarrollada bajo la ideología de la eficacia y la productividad, de la
rentabilidad inmediata, el discurso cuantitativo-utilitario se extiende a todo
lo que toca. Es en realidad una máquina de homogenización subjetiva. Todos
estamos emplazados a ser evaluados, somos mercancía evaluable. La evaluación se
sostiene en el ideal de la existencia de una norma creada ad hoc por la
metodología estadística. Es el reino de la cifra donde todo es mensurable,
convirtiéndose en el nuevo paradigma de la sociedad globalizada. Se busca llegar
al cero defecto donde quedaría eliminada la contingencia. La cifra es la nueva
garantía del ser: ser, hoy, es ser contable y contado. La idea de calidad total
como una mejora continua es la puesta en acto de las exigencias del superyó que
se vuelven en contra del propio sujeto evaluado. ¿Qué lugar para las cualidades
del sujeto? ¿Por qué se consiente a esta lógica superyoica? ¿Por qué, si como
dice La Boétie, “es una desgracia extrema estar sujeto a un Amo”? Creo que se
consiente porque la evaluación se sostiene en una promesa de inclusión en el
campo de lo universal. Es una operación de nominación y reconocimiento que se
afirma en un acto de donación de un sello, de una marca, que cae al lugar del
desvalimiento subjetivo y, al mismo tiempo, es una operación de velamiento del
Otro interior del que venimos hablando. El sujeto queda acreditado y, por lo
tanto, incluido, en un conjunto. Este es el momento donde emerge el goce bobo
del ser como todos, la fascinación que detectó La Boétie, la felicidad de haber
entrado en la norma. Momento donde se consuma el ideal del mercado y muere la
posibilidad de la política, sea en el campo de lo social o en el campo del
síntoma. Finalmente tenemos al hombre mercancía trabajando en una operación
contra sí mismo. ¿Será posible la construcción de un proyecto de emancipación
subjetiva y social donde lo Común no implique necesariamente el olvido de la
subjetividad y la imposición de un Amo?
[1] Boétie, Étienne de la.
Discurso de la servidumbre voluntaria. Madrid, Trotta, 2008, p.
26.
[2] Ibídem, p 29.
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