II FORO: LO QUE LA EVALUACIÓN
SILENCIA
"Las Servidumbres Voluntarias"
"Las Servidumbres Voluntarias"
MESA 5.
¿Hacia dónde
va la Universidad? Coordina Manuel Montalbán
Ética de lo
público y encarnación de la precariedad vital
Lupicinio
Íñiguez
La
Universidad entre el cuantitativismo productivista y el viaje a ninguna
parte
Enrique
Delgado
Evaluación:
¿Una forma contemporánea del lazo social?
Roger
Litten
La
Universidad
Antoni
Vicens
Lupicinio Iñiguez.
Doctor en
Filosofía y Letras. Catedrático de Psicología Social en el Departament de
Psicología Social en la Universitat Autónoma de Barcelona
"Ética de lo público y
encarnación de la precariedad vital. Evaluación y gobierno que operan sobre
nuestro cuerpo"
Malestares, padecimientos, sufrimientos, en fin, precarización de la
vida, son consecuencias observables de las nuevas políticas de gobierno,
ejemplificadas por los sistemas de evaluación académicos.
Estas políticas proceden del ataque a la producción de conocimiento
derivado de su conversión en la nueva mercancía post-capitalista.
Su efecto sobre la subjetividad puede describirse como de sujeción. Pero
si donde hay poder hay resistencia, ¿por qué permanecemos pasivos/as y en un
estado próximo a la servidumbre voluntaria? La razón estriba a mi ver en el
chantaje que opera desde la “ética de lo público”. Enculturados/as en una idea
de lo público como valor común ideal y comprometidos/as con ello, la
responsabilidad de actores y actrices lleva a la parálisis antes que a la acción
por el simple hecho de temer no respetar el ideal del trabajo por lo
común.
Enrique Delgado. Profesor
de la Universidad de Valladolid. Ex-Vicerrector de la UVA. Profesor de la
facultad de Educación en Palencia.
“La Universidad entre el cuantitativismo productivista y
el viaje a ninguna parte”
Al inicio de nuestras carreras universitarias, allá por los años setenta,
algunos aspirábamos a una mayor radicalidad en la búsqueda del conocimiento y en
la construcción del mismo; pretendíamos un mayor compromiso, una mayor
disponibilidad y una mayor generosidad en el trabajo universitario; intuíamos
que la apertura de las fronteras universitarias llenaría los claustros de nuevas
ideas, forjaría nuevas alianzas para la excelencia, generaría incesantes flujos
de riqueza intelectual, y fomentaría el semillero crítico de la razón.
Considerábamos que además, mediante una profundización de los mecanismos de
participación democrática y poniendo la universidad al servicio de los
ciudadanos, se asistiría a un verdadero renacimiento de las universidades y de
su capacidad de influencia en el devenir de nuestras comunidades. Y aún
estábamos en ello, y discúlpenme los escasos matices que permiten cinco mil
caracteres, cuando amparado en la nocturnidad de un discurso de modernidad, de
nobles palabras y objetivos, llegó el denominado Espacio Europeo de Educación
Superior que en su avance consiguió incluso enlodar el nombre de esa amada
ciudad italiana llamada Bolonia.
Lo que tuvo lugar bajo dicha invocación no fue una reflexión sobre el
alcance de la mencionada convergencia universitaria europea, ni sobre las
necesidades que era preciso atender en materias tales como la formación, las
becas, los recursos materiales, el apoyo técnico, la financiación, los
departamentos y la ordenación académica, ni mucho menos sobre el papel de la
universidad en la creación de un modelo de desarrollo justo y sostenible. Lo que
se produjo realmente fue un proceso de ajuste que, bajo el adorado concepto “La
calidad”, abrió paso simplemente a la reforma de los planes de estudio de grado
y posgrado y con ello a nuevas batallas de poder entre departamentos que, además
de producir numerosos esperpentos, ha introducido a la universidad en el camino
a ninguna parte en el que nos hallamos.
Con esta coartada, en nombre de la calidad, se ha ido introduciendo una
jerga terminológica y una selva de siglas que ha convertido el trabajo
universitario en: acreditación, VERIFICA, garantía de la calidad de las
titulaciones, ORIENTA, DOCENTIA, evaluación de títulos, evaluación de la
actividad investigadora, que ha acabado por arrastrar las buenas intenciones con
las que se pusieron en marcha los cambios, llevando todo hacia un laberinto en
el que apenas nadie sabe en qué dirección
camina.
Conforme iba avanzando la lava viscosa de tantos procedimientos de
control burocrático implantados con la reforma, un puñado de buenos profesores y
profesoras, abrumados, se han acogido a planes de jubilación anticipada, y en el
reemplazo se ha dado paso a un nuevo modelo de docente, verdaderos náufragos
precarizados cuya supervivencia se basa en compenetrarse con la maquinaria
productivista y pedagogista que se ha hecho con el poder universitario. Se trata
de empleados embarcados en la producción constante de
“papers” en revistas de impacto, de paneles
para jornadas y congresos, que pujan por formar parte de comités de expertos,
comités evaluadores, comités científicos, que les permitan obtener de las
agencias de evaluación y calidad la acreditación para consolidar su nivel
académico o alcanzar otro superior. Son expertos en la aplicación del baremo; en
obtener el máximo rendimiento a una sola idea; en la identificación y captura de
subvenciones; en firmar artículos que no han escrito y permitir a otros lo
propio en los que sí redactan; en intercambiar cursos y conferencias con otros
docentes, preferiblemente pertenecientes a universidades de otros países, para
incrementar su grado de internacionalización; en ocupar cargos de gestión sólo
por el hecho de que conste su competencia en este
ámbito.
En este viaje, una parte importante de la producción científica
experimenta la misma oxidación que la hojalata: al poco tiempo de ser abandonada
en revistas, en actas de seminarios y congresos, en la red de los internautas,
se cubre de orín, se pierde en un magma de naderías y sólo contribuye a colapsar
las estanterías y las carpetas digitales. Ya no se trata de dejarse la piel en
los trabajos y estudios, para intentar entregar algo significativo al servicio
no sólo de la comunidad científica sino de toda la sociedad; se trata de cubrir
el expediente, de adaptarse a la aplicación informática evaluadora, de conseguir
otro tramo de investigación, de cubrir los índices de impacto y lograr
“réferi” en los artículos de otros colegas,
siguiendo la máxima de que: todo lo que no puntúa no tiene
interés.
En el modelo productivista el docente es como el conejo blanco en
la obra de Lewis Carroll "¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Qué tarde voy a
llegar!", un conejo blanco, perseguido por el reloj,
atormentado por el tiempo, obsesionado por acumular los certificados que deben
acreditar su trabajo académico, para ser evaluados en el Docentia, un Programa
de Apoyo a la Evaluación de la Actividad Docente del Profesorado que se encarga
de medir la “garantía de la capacitación y competencia del
profesorado”, el cual a su vez evalúa constantemente las
competencias instrumentales, interpersonales, sistémicas y específicas de sus
estudiantes, sus conocimientos, sus destrezas, mediante procedimientos
tales como la autoevaluación, la co-evaluación, los exámenes
escritos, los trabajos grupales, las exposiciones individuales y toda una
prolija verborrea.
La universidad ha emprendido una caída libre hacia el país de
siempre jamás en el que todo se cuenta, todo se mide, se evalúa, se pesa, se
cuantifica, se computa, se tasa, se puntúa; pero también un país en el que casi
nadie se dedica a la tarea de analizar, confrontar, comprobar, contrastar o
aquilatar. Pocos se preocupan si lo que hacemos es relevante, si ayuda a los
estudiantes a amar el conocimiento, si promueve el saber y el progreso. Hemos
acabado trabajando en una burbuja vacía que vaga en el aire hasta que estalle.
¡Ojalá sea cuanto antes! Porque “no existe remedio contra el mal
cuando los vicios se convierten en costumbre”, dijo
Séneca.
Roger
Litten. Psicoanalista.
Presidente la London Society, Miembro de la New Lacanian School, y de la AMP
(Londres)
“La evaluación – ¿Una forma contemporánea del lazo
social?”
Propongo el título de mi intervención bajo la forma de una pregunta, una
pregunta que requiere ser construida, formalizada y puesta a trabajar. Es una
pregunta política, práctica y, en última instancia,
clínica.
Como profesión y como sujetos, nos encontramos confrontados con la
demanda de evaluación, un aspecto cada vez más intrusivo de la práctica clínica
contemporánea y un fenómeno ineludible de la sociedad moderna.
¿De dónde surge esta
demanda? ¿No nos encontramos acaso sujetos a una demanda de evaluación que es,
en el fondo, anónima, y que prolifera como un imperativo bajo la apariencia de
su propia auto-evidencia?
¿Cómo entonces ubicar una posición desde la cual responder a esta demanda
y limitar su invasión en nuestra sociedad y en nuestra
profesión?
*
La demanda de evaluación debe ser leída sobre el telón de fondo del
discurso que la sostiene, en términos de modificación de las coordenadas del
discurso de la civilización en la época del Otro que no
existe.
Estas modificaciones, como ustedes saben, pueden caracterizarse
rápidamente en términos de la declinante eficacia de la ley del significante y
el correspondiente aumento de las patologías sociales de la norma indexadas en
el objeto pequeño a.
Las diversas implicaciones de estos cambios aún se están jugando en los
registros clínico, social y político. Lacan, hace casi medio siglo, trazó la
lógica que atraviesa y articula estos diferentes registros como la lógica del
No-Todo.
Es en este contexto que podemos intentar considerar la evaluación al
mismo tiempo como un síntoma de y como una respuesta al malestar de la
civilización contemporánea. Y es con estos medios que podemos intentar construir
las bases para una política psicoanalítica
efectiva.
*
Tomaré aquí mis referencias de las indicaciones que Jacques-Alain Miller
y Jean-Claude Milner nos han dado, la mayoría obviamente en su discusión
publicada en forma de libro bajo el titulo ‘Conversaciones sobre una máquina
de impostura’.
Miller sitúa el aparato de la evaluación como el discurso de dominio de
nuestro tiempo. Su proposición central se encuentra en la pagina 42 de este
libro: “La seducción del discurso de la evaluación consiste en reproducir para
cada uno este momento nativo donde se realiza la marca del significante en el
hombre…”
El procedimiento evaluador, este proceso de 'bautismo burocrático',
vuelve a poner en escena la inscripción del sujeto hablante en el significante,
el encuentro primordial del ser humano con el lenguaje, proveyendo así de una
matriz de socialización para los sujetos
contemporáneos.
Pero ¿qué forma toma esta matriz y en que difiere su organización de la
forma de lazo social conocida tradicionalmente como discurso del Amo? Solo podré
esbozar algunos parámetros de esta cuestión, basados en las coordinadas de la
relación entre el sujeto y el Otro.
El discurso del Amo, como matriz de socialización, sirve para vincular el
goce autista del sujeto, el goce solitario de cada uno solo, con el gran Otro,
lugar del significante. Es esta articulación la que constituye la base para la
viabilidad de las relaciones sociales entre un sujeto y los demás a su
alrededor.
Podríamos decir que el aparato de la evaluación, sustituyendo al discurso
del Amo, intenta construir un Otro universal, un lugar común, precisamente en el
punto en que la soberanía de la ley ha dejado de funcionar. El sujeto se vincula
ahora a otros como él, sobre la base de su relación común con la medida, con la
cifra que los vuelve a todos contables y
comparables.
*
Hay dos aspectos de este proceso que quisiera destacar, nuevamente
siguiendo las indicaciones de Miller. Uno de ellos es la manera en que la
evaluación intenta suplementar la ausencia de un Otro Simbólico por medio
múltiples relaciones contractuales en el eje Imaginario. El otro aspecto es la
manera en que la evaluación, al reducir el significante de la Ley al Uno de la
media estadística, intenta operar una nueva articulación entre Simbólico y
Real.
Miller indica que la ley es tradicionalmente sostenida en referencia al
significante del Otro, mientras que la evaluación opera por contrato y
consentimiento. éste no es el contrato con el gran Otro, que sirve para fundar
el ámbito cívico. Más bien es la esfera contractual pluralizada del mercado,
donde múltiples contratos localizados ocupan el lugar del Otro de la
ley.
Los efectos homogeneizantes de este espacio contractual tienen
implicaciones más amplias en la esfera política. Pues mientras que es posible
resistir la ley del Otro, la oposición se vuelve problemática en el caso del
contrato, el cual asume el consentimiento del sujeto así como la equivalencia y
simetría de las partes interesadas.
La evaluación puede ser considerada entonces como la más democrática
forma de dominio, rechazando -tal como lo hace- toda jerarquía, toda autoridad
general. Somos evaluados por cada uno, nos evaluamos a nosotros mismos. Y a
cambio de nuestro consentimiento a la evaluación, recibimos la promesa de una
esfera social unificada basada en la conformidad a la
regla.
*
Pero junto a este esfuerzo por erigir el semblante de un Otro universal
en el sitio del contrato, hay un aspecto mas elidido de la evaluación que corre
a lo largo de una pendiente que resulta de ello – la que reduce al Otro de la
ley al Uno de la media estadística.
Los remito aquí a los comentarios de Jean-Claude Milner en la misma
publicación, donde distingue el rol de la cifra en la democracia y en la
estadística, y sugiere que buscamos entender el rol de la evaluación en tanto
opera una transacción entre ambas lógicas.
En la democracia, la participación de cada sujeto se sostiene sobre la
relación entre dos principios fundamentales -el principio de que cada voto
cuenta en su relación al principio de que la mayoría
gobierna.
El principio de participación democrática da entonces legitimidad a la
idea de que la mayoría gobierna en nombre de todos. Es esta forma de anudamiento
del uno y el todo la que subyace al estado de derecho en una
democracia.
Podemos contrastar esto con la lógica de la media estadística, donde cada
uno es contado de acuerdo con una lógica diferente. Esta media no tiene en
cuenta la diferencia de uno. Mas bien re-absorbe toda diferencia bajo el aspecto
de variación de la media, en una lógica recursiva según la cual esa variación en
si misma contribuye a definir la media.
Ya no estamos en un registro en el que cada voto cuenta. Ni es una
cuestión del gobierno de derecho basado en decisiones mayoritarias. Más bien nos
las hemos arreglado para remplazar la ley del significante con el Uno de la
media estadística.
De este modo, la evaluación busca derrocar la autoridad del Amo
sólo para instalar la tiranía del Uno.
*
Por supuesto hay múltiples implicaciones a ser rastreadas a partir de
este punto. De ahí la necesidad de la máxima precisión posible en descoser las
coordenadas de las múltiples elisiones en juego, para demostrar como términos
que aparecen equivalentes pueden muy bien estar operando en diferentes registros
del discurso. Es aquí donde la contribución de la obra de Lacan sigue siendo
para nosotros invalorable.
Este es también el punto en el que una referencia cruzada de nuestra
política con nuestra orientación clínica se vuelve esencial. La clínica de la
psicosis ordinaria, por ejemplo, se centra precisamente en este efecto de
sustitución, donde una identificación con la norma, con el promedio, toma el
lugar del significante de la ley ausente.
Así, el trabajo en el que estamos comprometidos es no sólo esencial para
elaborar las bases de una política eficaz de oposición a la evaluación, sino
también para asegurar la pertinencia de nuestra clínica psicoanalítica. Les
agradezco mucho la oportunidad de compartir este trabajo hoy con
ustedes.
Antoni
Vicens. Psicoanalista.
Doctor en Filosofía. Profesor de la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB)
Docente de la Sección Clínica de Barcelona ICF
“La
Universidad”
Cuando, a principios del siglo XIX, la
burguesía, como clase hegemónica, se ocupó de la Universidad, le encargó la
formación de técnicos y científicos que estuvieran a la altura de la producción
industrial. Las ciencias de la naturaleza se hicieron Facultades: matemática,
física, química, biología, geología, etc. Otro grupo de ciencias se ocuparon de
la población y de su capacidad de producción, de reproducción y de riqueza:
medicina, farmacia, economía política, urbanismo, etc. A las ingenierías les
correspondió establecer el vínculo entre las ciencias y el Estado. La Revolución
y el Imperio en Francia, y las monarquías ilustradas en el ámbito de habla
alemana, hicieron de la Universidad un instrumento de conquista de la naturaleza
y de los cuerpos. A las ciencias del espíritu se les confió otra misión. Tal
como lo describe Nietzsche ya a finales del siglo, la burguesía, una clase sin
historia ni intimidad, había conseguido, con los ciclópeos volúmenes de las
grandes Historias y con la Enciclopedia, crearse un destino y una interioridad.
Así, esa clase social, que se define no por lo que es sino por lo que posee,
transformó el linaje y los goces suntuarios de la aristocracia en cultura. A la
Universidad le encargó erigir el edificio de la Gran Cultura europea.
Pero ese tiempo ha terminado. La burguesía ha
completado el ciclo de su conquista del mundo. Ya no necesita justificarse
imitando las maneras de la clase que la precedió en el dominio, y puede
prescindir de la Enciclopedia y de la Historia, un lastre que ahora hay que
perder. De otro lado, visto el destino de los Estados comunistas, tampoco el
proletariado alcanzará ya la hegemonía. La burguesía se basta a sí misma; sus
títulos son ahora la autogestión, la autoevaluación y la autonomía personal, que
completa el trabajo de segregación exigido por la proletarización generalizada.
El psiconálisis nos puede enseñar la dimensión sacrificial de esta situación. El
capital es el amo; y el capitalista no necesita distinguirse (en ambos sentidos
de la expresión). Capitalistas lo somos nosotros mismos, que fiamos el futuro de
nuestro bienestar a unos gestores financieros provistos del más grande cinismo
jamás puesto al servicio de la producción de bienes. No podemos ocultarnos el
trabajo de la pulsión de muerte que acompaña esa operación. Siguiendo la
orientación que da Jacques Lacan referiéndose al nazismo, podemos darnos cuenta
de cómo, “en el objeto de nuestros deseos, intentamos encontrar el testimonio de
la presencia del deseo de ese Otro que llamo aquí el Dios oscuro.”[1] Pero ese Otro no existe, o sólo es la sombra que proyecta nuestro propio
deseo en el mundo. Uno de los nombres de ese Otro es hoy la riqueza, tomada en
bruto, como proyecto de una vida desvinculada de todo lo que no sea material. La
cultura es de masas es objeto de consumo; las ciencias humanas, o del espíritu,
sobreviven amenazadas por la generalización del parque temático. La filología
pierde la capacidad de tomar como objeto de estudio el acto inconsciente por el
que un escritor, un artista, un poeta crean algo desde la nada. Los formalismos
en el análisis del texto van tornando incomprensible la transferencia –en el
sentido psicoanalítico– del escrito. La Historia se ha convertido en el campo de
todas las ficciones, y el acontecimiento como tal va perdiendo todo su sentido.
La ciencia política se va reduciendo a un puro formalismo tacticista. Habría que
recoger la galería de monstruos conceptuales que los procedimientos estadísticos
permiten erigir como fetiches para todas las ciencias humanas.
Por todas partes la ofensiva es la misma:
eliminar la capacidad de escucha de una demanda, individual o colectiva, que
reclama por todas partes un sentido para el deseo, una gestión sostenible para
las diferencias que constituyen el ser hablante y un espacio en el que gozar más
allá del principio de placer. A la soberanía que el contrato social otorga al
sujeto de la política, los psicoanalistas la llamamos síntoma, no en tanto
inconveniente para la vida, sino como recurso adventicio para equilibrar el goce
incomunicable del ser de habla con los proyectos en los que puede traducirse en
vínculos sociales siempre renovados. Allí donde la autonomía es presentada como
liberación y como soberanía, el psicoanálisis se ocupa de descifrar las leyes
inconscientes en las que la vida deviene una obra común.
[1]
Jacques Lacan, Seminario X,
Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, Barcelona, Paidós, 1987, pág. 283.
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OS INVITAMOS A ASISTIR A:
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JORNADAS ESCUELA LACANIANA DE PSICOANÁLISIS.
“CUERPOS ESCRITOS, CUERPOS
HABLADOS”.
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DE LA ESCUELA LACANIANA DE PSICOANÁLISIS:
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