La posibilidad de dar un nombre a una enfermedad, trastorno o problema, el conocimiento para poder establecer un diagnóstico y el protocolo de la elaboración de informes, apacigua la angustia que provoca la falta de saber estructural al sujeto.
Esta intención por nominar y clasificar los trastornos mentales en función de la sintomatología que presentan, regida principalmente por el DSM-IV (y pronto el DSM-V), puede servir de mucha ayuda al profesional que lo utilice para orientar su intervención. Si las catalogaciones y clasificaciones sirven para poder establecer con mayor claridad cuáles son las necesidades educativas específicas, clínicas o médicas de cada sujeto, esta herramienta puede ser da gran ayuda. Sin embargo, cuando su función es la de etiquetar a un conjunto de personas en base a estadísticas reflejadas en un diagnóstico, que determina los protocolos a seguir, donde el medicamento y el test son la base, la parte más importante del problema se acalla. El sujeto que sufre se deja a un lado para medicarlo y estandarizarlo, sin considerar la particularidad que define a cada sujeto, su experiencia vital, su historia y afectos.
Este vídeo es un claro ejemplo de las posibles consecuencias que puede acarrear la intención de silenciar el sufrimiento del sujeto mediante clasificaciones diagnósticas o medicamentos, que aunque en ocasiones necesarios, pueden cumplir una función lejana a los intereses del niño o adolescente. Llegado el momento, será necesario el encuentro con alguien que sepa acoger su particularidad y le ayude a elaborar lo que no puede poner en palabras.
El video no puedo verlo, debe tener algún problema. Nos vemos en Sevilla. Saludos.
ResponderEliminarYa puedo, era cuestión de esperar un poco ¡impaciente!
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